(2o. domingo de junio: Día Nacional de Puerto Rico)
(Himno cantado por Carlos Rey en audio y en video)
La tierra de Borinquen donde he nacido yo es un jardín florido de mágico primor.
Un cielo siempre nítido le sirve de dosel, y dan arrullos plácidos las olas a sus pies.
Cuando a sus playas llegó Colón, exclamó lleno de admiración: «¡Oh!, ¡Oh!, ¡Oh!, esta es la linda tierra que busco yo.
Es Borinquen la hija, la hija del mar y el sol, ////del mar y el sol.////
Así se canta, a modo de marcha, lo que se conoce como el himno puertorriqueño «La borinqueña». Pero lo cierto es que no se cantó de ese modo originalmente. Comenzó, según una versión popular de los hechos, como una melodía romántica que compuso para su enamorada, y acompañaba con la guitarra, Francisco Ramírez, un músico aficionado de San Germán, y que arregló su amigo, el tenor español Félix Astol Artés, transformándola en una danza titulada La bella trigueña. Pero hay varios historiadores que sostienen que no tiene otro autor que el músico Astol Artés. En todo caso, se dice que la poetisa sangermeña Lola Rodríguez de Tió oyó la danza en una velada musical, y le gustó tanto que procedió a escribirle unos versos revolucionarios que el gobierno español prohibió que se cantaran por considerarlos subversivos.
De ahí que a la postre se le hicieran nuevos ajustes a la danza, y que don Manuel Fernández Juncos, un español que se crió en Puerto Rico y se distinguió como propulsor cultural de la isla, le pusiera la letra con que se canta hoy. En 1952, la Asamblea Legislativa de Puerto Rico aprobó una ley estableciendo «La borinqueña» como el himno oficial del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, y en 1977, con la aprobación del gobernador, adoptó la letra escrita por Fernández Juncos como la letra oficial del himno.1
Ahora sólo falta que el pueblo puertorriqueño, así como reconoce las virtudes de su linda tierra y la omnipresencia de sus padres metafóricos el mar y el sol, reconozca también las virtudes de Dios su Creador y su omnipresencia divina al igual que lo hizo el salmista David en los siguientes versos:
Si me elevara sobre las alas del alba, o me estableciera en los extremos del mar, aun allí tu mano me guiaría, ¡me sostendría tu mano derecha!... ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas...!2
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