Ni siquiera los más optimistas (¿aún los hay?) piensan que es posible una corrección del rumbo seguido por la humanidad. Cargado de enfermedades, el mundo camina hacia un auge de degradación moral, que traerá un desastre de proporciones inimaginables, ya que como nos advirtió Juan Pablo II, “el desmoramiento de la moralidad trae consigo el desmoramiento de las sociedades”.
Este desmoramiento está en vías de consumarse, pues es raro el lugar donde no se encuentra en crisis: en la familia, en la juventud, en el trabajo, en la enseñanza, en los medios de comunicación, en las esferas religiosas, en la política, en la economía, y en la sociedad en general. Una sensación de desorden, de tensión y de desagrado, resultante de la impiedad y de la corrupción moral, provoca largas filas en los consultorios de psiquiatría, consultas inútiles y dañinas a curanderos y cultos extravagantes, aumento del consumo de drogas y otros males. Enfermedades fatales se arrastran, favorecidas por el pecado de la carne. El crimen campea por todas partes. Ni siquiera entre las paredes del hogar se puede vivir seguro.
Situación angustiosa, en la que cada uno tiene la impresión difusa de un peligro que le ronda. Aunque existan algunos que finjan una despreocupación risueña, incluso estos no logran disfrazar el malestar del momento presente. El mundo está enfermo de una dolencia que parece incurable por medios humanos.
Este cuadro puede causar desánimo a los que no tienen fe. Sin embargo, para quien pone toda esperanza en el auxilio divino, la situación nunca estará perdida. Y precisamente ahora, cuando la Humanidad se encuentra inmersa en este enorme drama del que n adie se libra, ha llegado la hora de no desesperarse, sino de volver los ojos con confianza hacia del Cielo.
ISIDRO
"Pero hay un Dios en los cielos, el cu ál revela los misterios."
Daniel2:28