La autopista que une a São Pablo con el puerto de Santos estaba repleta de automóviles. Eran las siete y veinte de la mañana de un día de trabajo. Había niebla, y la niebla comenzó a mezclarse con el humo de las refinerías y las fábricas. La visibilidad cayó de pronto a cero, lo que obligó al chofer de un autobús a frenar en seco.
Esa maniobra desencadenó una serie de choques entre ciento cuarenta vehículos. Un auto con varios pasajeros quedó prensado entre dos camiones enormes. Todos sus ocupantes murieron. Varios vehículos saltaron la baranda que divide las pistas y chocaron con autos que venían en sentido contrario, y treinta choques más se produjeron.
En cuestión de menos de un minuto, había en la autopista un caos de vehículos chocados, hierros retorcidos y cristales rotos, y un saldo de catorce muertos y ciento diez heridos. ¿La causa general del desastre? Cero visibilidad.
¿Cómo es posible evitar un accidente cuando se conduce a toda velocidad y de pronto no se ve nada por delante? Lo mismo ocurre cuando un avión lleno de pasajeros se acerca de noche a una pista de aterrizaje y de pronto se apagan todas las luces; o cuando un barco navega a toda máquina en medio de la niebla, entre arrecifes, y de pronto se apaga la luz del faro; o cuando un tren expreso entra en una estación atestada de tránsito ferroviario y de pronto ninguna señal roja o verde se enciende.
Así anda nuestra vida cuando la conducimos sin una verdadera luz espiritual. La Biblia dice que «el camino de los malvados es como la más densa oscuridad; ¡ni siquiera saben con qué tropiezan!»1 Y dice que «El sabio tiene los ojos bien puestos, pero el necio anda a oscuras».2 Porque vivir sin fe, vivir sin conocimiento de la Palabra de Dios, vivir sin la seguridad de la salvación, es vivir en tinieblas y andar en camino oscuro al borde de la perdición eterna.
Pero podemos remediar esa situación si reconocemos que Jesucristo es la luz del mundo. Todo el que lo sigue sincera y fielmente no anda en la oscuridad porque no vive en tinieblas. La luz divina de Cristo le proporciona la iluminación necesaria para evitar ciertos errores mortales y equivocaciones suicidas que le pudieran hacer perder el alma eternamente. Jesús dijo: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?»3 Como Cristo, y solamente Él, es la luz del mundo, aceptémoslo como Señor, Salvador, Maestro y Guía para que tengamos a quien nos conduzca por los caminos de este mundo, que de un momento a otro pueden tener cero visibilidad.
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