Mi padre trabajaba en las minas de los Andes peruanos y venía a casa cada quince días. Mis hermanos y yo hacíamos una fiesta cuando llegaba. Un domingo de mañana, sentimos su voz grave en el cuarto y corrimos a saludarlo. Nos abrazó a todos y le pidió a mi hermano mayor un vaso de agua. Mi hermano salió del cuarto y tardó quince minutos en regresar. Papá ya se estaba poniendo nervioso, cuando el hijo apareció con un vaso de jugo de naranjas. "Papá", dijo el muchacho todo feliz, "estoy tan contento porque estás de nuevo con nosotros que te preparé un vaso de naranjada".
Nunca podré olvidar la emoción de mi padre ni tampoco la actitud de mi hermano. Ese muchachito de 12 años había cumplido la orden pero, motivado por el amor, fue más allá: no se contentó con traer un vaso de agua, preparó jugo de naranjas.
Los que desean ser cada día más semejantes a Jesús no pueden basar su obediencia sólo en la letra escrita de la ley; tienen que fundamentar sus actitudes en el amor al Padre. La obediencia que no está basada en el amor, es una obediencia sin sentido. Hay personas que se preocupan simplemente por la forma y ni siquiera se dan cuenta de ello. Olvidan, o no saben, que el amor y el respeto por los demás es uno de los mayores principios.
La obediencia nacida del miedo al castigo, o a las consecuencias, se limita a hacer lo que fue ordenado, y a veces lo hace solamente para ser visto por los hombres.
La obediencia fundada en el amor es diferente, porque no nace únicamente de la letra escrita, sino de los principios grabados en el corazón. El versículo de hoy explica claramente que no hay mérito alguno en la simple obediencia. "Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos".
Hay personas que están constantemente preguntando: ¿Puedo hacer esto? ¿No puedo hacer aquello! ¿Es permitido por aquí' ¿Hasta dónde puedo ir? Y se quedan esperando que la iglesia determine los detalles de lo que deben o no deben hacer. Son seres que no experimentan la belleza de la vida con Cristo. Quieren que la iglesia les diga todo, para "hacer sólo lo que deben".
Quienes viven una experiencia de amor con Cristo reciben un nuevo corazón, con los principios de la eterna ley de Dios escritos en ese corazón, y no están preguntando cuál es lo mínimo o lo máximo que deben obedecer para ser salvos. Su obediencia brota naturalmente de un corazón convertido, y no tienen límites. Están siempre dispuestos a andar la segunda milla. No se contentan con llevar un poco de agua para no recibir el castigo del Padre; preparan un jugo de naranjas para ver la sonrisa de Jesús.
¿Qué tipo de obediencia es la tuya?