El General Tsao Tsao iba delante de su cansado regimiento de soldados. La marcha era larga y sólo él iba a caballo. Los soldados estaban desalentados y tenían mucha sed debido al intenso calor que los agobiaba. De repente el general, divisando el panorama desde lo alto de su montura, les dijo: «Puedo ver un frondoso jardín con una fuente de agua y frutas en abundancia.» Con esto los hombres recobraron el ánimo y aligeraron el paso; pero transcurrió una hora sin que llegaran al anunciado jardín. La verdad era que no había ningún jardín. Se habían dejado engañar, y terminaron más desconsolados y sedientos que nunca. Su general los había engañado.
Esta anécdota la cuenta la señora Chang Kai-Chek en su libro titulado Hablando con Dios. La pregunta que muchos se harán acerca de la conducta del general es: A la hora de la verdad, ¿qué importó que engañara a sus soldados con tal de lograr los objetivos que perseguía? ¿Acaso el fin no justifica los medios?
La respuesta la encierra la pregunta misma, que da por sentado que habrá una «hora de la verdad». Con sólo decir: «A la hora de la verdad», reconocemos el hecho de que tarde o temprano se sabe si algo es verdad o mentira. Y todos estamos conscientes de que sólo el ingenuo se deja engañar la segunda vez por la misma persona. Por eso se dice: «Si me engañas una vez: ¡qué vergüenza la tuya! Si me engañas dos veces: ¡qué vergüenza la mía!»
Esta vida es una marcha que a veces se vuelve larga y forzosa; nosotros somos los soldados bajo las órdenes de un general. Pero a diferencia de los soldados de Tsao Tsao, nosotros no tenemos que seguir forzosamente a ningún general, sino que podemos escoger a qué general vamos a seguir. Sin embargo, hay sólo dos generales a los que podemos seguir; el uno digno de confianza y el otro no. El uno es Dios; el otro es el diablo.
Ahora bien, Dios nos creó con libre albedrío para decidir a cuál de los dos seguir: a su Hijo Jesucristo, o a su archienemigo Satanás. Cristo dice la verdad porque Él es la verdad misma. En cambio, el diablo miente porque no puede hacer otra cosa que mentir. Cristo mismo lo califica de «padre de la mentira», que «cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso».1
En vez de seguir al general que nos promete un oasis en este mundo, y a la hora de la verdad nos conduce a ese desierto que es el infierno, ¿por qué no seguir al que nos advierte que este mundo es un desierto en el que sufriremos aflicciones,2 y a la hora de la verdad nos conduce a ese oasis que es el cielo? De hacerlo así, no tendremos que pasar la vergüenza y el horror de ser engañados dos veces por el enemigo de nuestra alma.
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