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“Los Días de Su Carne” para ESCUCHAR ...haga clic aquí...
Esta expresión implica el tiempo en que nuestro Salvador vivió como hombre en la tierra. Se encarnó para poder morir por nosotros. Los ruegos y súplicas hacia su Dios, mencionados en el versículo de hoy, nos hacen pensar ante todo en la escena del huerto de Getsemaní y en el Gólgota.
Como hombre, estuvo dispuesto a tomar nuestra causa en sus manos. ¡Qué terribles consecuencias tuvo esto! Ocupar nuestro lugar significó para Él experimentar toda la ira de Dios contra el pecado y soportar su santo juicio contra todo mal. Considerémosle un poco allá en Getsemaní, cuando la amarga copa se hallaba ante Él. En completa dependencia y sumisión, tres veces le oímos suplicar a su Padre en oración: “Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú” (Marcos 14:36).
Para Él, el Príncipe de la vida, era terrible pensar que debía soportar el juicio divino y ser abandonado por Dios, aunque era el hombre perfecto y justo. Sin embargo, obedientemente tomó la copa y fue a la cruz. Allá en el Calvario, al final de las tres horas de tinieblas, Jesús clamó a gran voz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34).
Sus ruegos y súplicas fueron oídos. En la resurrección Dios respondió a su clamor y no permitió que su Santo viera “corrupción” (Salmo 16:10; Hechos 2:27). ¡Cuán maravilloso!
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