(Día Internacional de las Poblaciones Indígenas)
Un indio desde una roca miraba el cielo cubano....
Un silbido se escapó de sus labios, y al momento, con pausado movimiento una indiana apareció. Cuando a la roca subió, el indio ante ella se inclina. Fue su frente peregrina el imán de su embeleso: oyóse el rumor de un beso y le dijo: —¡Adiós, Guarina!
—¡Oh! no, mi bien, no te vayas —dijo ella entre mil congojas—, que tiemblo como las hojas de las altas siguarayas. Si abandonas estas playas, si te separas de mí, lloraré angustiada aquí cuando tu nombre recuerde como el pitirre que pierde su nido en el ponasí....
Oyó el indio enternecido tan triste lamentación: palpitó su corazón y se sintió conmovido. Ahogó en su pecho un gemido la viramesa infelice, y el indio que la bendice y más que nunca la adora, las blancas perlas que llora enjuga tierno y le dice:
—¡Oh Guarina! Ya revive mi provincia noble y bella, y pisar no debe en ella ningún infame caribe. Tu ardiente amor no me prive, mi Guarina, de ir allá.... »Yo soy “Hatuey”, indio libre.... Deja que de nuevo vibre mi voz allá entre mi grey... y sepan que aún vive Hatuey....
»Tolera y sufre, bien mío, de tu fortuna el azar; pues también sufro al dejar las riberas de tu río. Siento dejar tu bohío, silvestre flor de Virama, y aunque mi pecho te ama, tengo que ser ¡oh dolor! sordo a la voz del amor, porque la patria me llama.
Así dice aquel valiente, llora, suspira, se inclina, y a su preciosa Guarina dio un beso en la tersa frente. Beso de amor, beso ardiente; sublime, sonoro y blando. Y ella con otro pagando de su amante la terneza, alza la negra cabeza y le dice sollozando:
—Vete, pues, noble cacique, vete, valiente señor. Pues no quiero que mi amor a tu patria perjudique. Mas deja que te suplique, como humilde esclava ahora, que si en vencer no demora tu valor, acá te vuelvas; porque en estas verdes selvas Guarina vive y te adora.
—¡Sí! volveré, ¡indiana mía! —el indio le contestó, y otro beso le imprimió con dulce melancolía. De ella al punto se desvía, marcha en busca de su grey, y cedro, palma y jagüey repiten en la colina el triste adiós de Guarina, el dulce beso de Hatuey.1
Así termina uno de los Poemas al amor titulado «Hatuey y Guarina» del poeta cubano Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, llamado El Cuculambé. Gracias a Dios, es por ese mismo amor que nos infundió a todos como creación suya que dispuso que su Hijo Jesucristo abandonara las playas celestiales y viniera al mundo para librarnos de las cadenas del pecado, permitiendo que fuera inmolado en una cruz para salvarnos de nuestro infame enemigo mortal que nos tenía esclavizados. Pero conste que así como Jesucristo, luego de vencer a la muerte misma, volvió a la presencia del Padre a prepararnos un hermoso bohío allá en el cielo, volverá otra vez para llevarnos consigo a los que con amor hayamos esperado su venida.2
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