(Aniversario de la Muerte de Getúlio Vargas)
«Tendido en la cama, con los ojos abiertos sin ver, Vargas imaginó cómo sería recibida su muerte por sus enemigos. Había escrito aquella carta para despedirse del gobierno y no de la vida.... pero podía servir también, e incluso mejor, para un adiós definitivo. La carta... estaba sobre el mármol de la pequeña cómoda del dormitorio, al lado de la puerta del baño....
»Haría lo que tenía que hacerse. Desagravio y redención. Una sensación eufórica de orgullo y dignidad se apoderó de él. Sí, su hija ahora lo perdonaría.
»Sacó el revólver del cajón de la cómoda y se tendió sobre la cama. Apoyó el cañón del revólver en el lado izquierdo del pecho y pulsó el gatillo.
»El comandante Dornelles conversaba con Barbosa en el pasillo....
»Oyeron el disparo. Dornelles corrió al dormitorio, seguido por Barbosa. Abrieron la puerta y vieron al presidente en la cama, con los ojos cerrados y la gran mancha de sangre en el lado izquierdo del pecho....
»Dornelles salió corriendo del dormitorio y volvió con Saramanho, cuñado de Vargas.
»—¡Dios mío! —exclamó Saramanho—. ¿Está muerto?
»—No lo sé —dijo Dornelles—. ¡Tenemos que llamar a Urgencias!...
»Zaratini, el mayordomo, corrió a avisar a los hijos y a la mujer del presidente....
... Getúlio Vargas [estaba] muerto, sentado en la cama, amparado por la mujer y por otras personas que intentaban quitarle la chaqueta del pijama rayado manchado de sangre....
... Los peritos terminaron su trabajo y colocaron instrumentos y papeles en unas maletas negras. El primero que salió fue Vilanova....
»—... No hay duda de que el presidente se mató... —dijo....
»... Sólo habían extraído el proyectil, alojado en el tórax, e inyectado formol en las venas del cadáver....
»... De madrugada, por las inmediaciones del Palacio del Catete, [ya había una] multitud de personas que formaban colas inmensas para ver al presidente muerto.... Mucha gente lloraba y gritaba....
»El ataúd con el cuerpo de Vargas había sido colocado en la sala del jefe de la Casa Militar.... Al otro lado del ataúd estaban los hijos y el hermano del presidente....
»Desde las cinco y media de la tarde del día anterior —cuando el cuerpo había bajado del dormitorio en la tercera planta a la capilla ardiente y las personas que llenaban el salón lo recibieron cantando el Himno Nacional— los lamentadores desfilaban sin cesar delante del ataúd; colocaban pequeños papeles con peticiones en la mano del muerto, arrancaban las flores para llevárselas como recuerdo, rezaban. Muchos desmayaban y eran llevados hacia afuera....
»A las ocho y media... cerraron el ataúd.»1
Así narra el escritor brasileño Rubem Fonseca, en su novela histórica titulada Agosto, los sucesos en torno a la muerte del carismático caudillo Getúlio Dornelles Vargas el 24 de agosto de 1954, quien fue cuatro veces Presidente de la República de Brasil en el siglo veinte. Quiera Dios que el día de nuestro sepelio haya así mismo un buen número de personas que nos lloren a nosotros y lamenten nuestra partida al más allá. Pero más vale que nos aseguremos de que ese día, cualquiera que sea la cantidad de personas que nos honren con su presencia en nuestra despedida de este mundo, haya más bien un buen Dios que se alegre, celebre nuestra llegada y nos dé la bienvenida a esa morada, digna de un presidente, que nos ha preparado en la gloria celestial.2
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