Era la primavera del año 1965. El astrofísico francés, Jacques Blamont, había tenido una extraordinaria oportunidad de fotografiar ciertas posiciones estelares que no volverían a repetirse en medio siglo. El mundo astronómico esperaba con ansiedad los resultados de aquellas fotos. El científico mismo casi pierde la paciencia al esperar el revelado de la película y la impresión de las fotografías.
Cuando éstas, al fin, se examinaron, hubo pánico entre los astrónomos. El equipo fotográfico había fallado. Parece que uno de los lentes se había aflojado, y todo el resultado de ese trabajo, que no podía repetirse, había quedado fuera de enfoque.
Cuando el científico ya se disponía a echar a la basura su trabajo, Jorge Stroke, un ingeniero eléctrico, le dijo: «No lo botes, Jacques. Dame un poco de tiempo, a ver si de estas fotografías desenfocadas no te produzco algo que te pueda servir.» En efecto, no le tomó más de un año cumplir su promesa.
Stroke había descubierto que esas imágenes, llamadas fotografías, no eran más que una serie de sombras y luces formadas por puntitos microscópicos que, por estar tan unidos, se reproducían como una foto. Cuando la fotografía estaba desenfocada, aquellos puntos microscópicos estaban desparramados y se traslapaban unos sobre otros. Para reproducir una foto enfocada de nuevo —dedujo Stroke—, tendría que trabajar, por medio de un microscopio, con cada célula de luz y volverla a su posición original. Así fue como el 18 de marzo del año 1966, el ingeniero Stroke logró entregarle las fotografías al científico Blamont en una condición casi perfecta. El milagro de la hazaña fue la gran noticia en el mundo científico.
Así como cada una de las fotos iniciales de Blamont, también la vida de muchos de nosotros no es más que una imagen desenfocada. Nada está claro. Nada tiene definición. Nada nos sale bien. Nuestra vida revela una evidente falta de nitidez. Pero gracias a nuestro Padre celestial, hay un Ingeniero que sabe cómo tomar nuestra vida opaca e indefinida y hacer de ella una imagen nítida, de alta definición. Se trata de su Hijo Jesucristo. El apóstol Pablo nos explica que Dios «nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al [reino de luz, el] reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados». Cristo es
la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles¼: todo ha sido creado por medio de él y para él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente.1
Cristo puede limpiar todo lo borroso de nuestra vida. Él quiere aclararla y darle nitidez. Pero no requiere de un año para lograrlo. Basta con que le demos un instante para que lo haga.
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