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¿No es ésta una palabra que caracteriza nuestra sociedad de consumo? Se compra algo, se consume y luego se tira. ¡Este artículo que acabo de adquirir, pronto estará en el cubo de la basura, aun antes de que la etiqueta del precio haya sido despegada! Todo pasa, nada dura. La gente se precipita hacia las novedades de hoy que serán olvidadas mañana.
¿Hay algo estable en nuestro mundo moderno? ¿Dónde están los valores seguros y duraderos? La Biblia declara: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8).
La obra del hombre está ligada al tiempo, lo que implica su envejecimiento y su muerte, pero Dios trabaja para la eternidad. No nos rechazó cuando el pecado entró en el mundo por la desobediencia. Tenía los motivos suficientes para juzgar y destruir a los hombres que se habían apartado de él. Pero no lo hizo, al contrario, nos dio a un Salvador, el Señor Jesús, quien vino a traernos el remedio para nuestro alejamiento de Dios.
Este remedio no es desechable como una emoción religiosa pasajera, sino que es permanente y ha atravesado los siglos, aun cuando los hombres parecen haberlo olvidado. Jesucristo, quien murió en la cruz pero que también resucitó y vive para siempre, invita a cada ser humano a recibir la vida eterna. Es una vida que aun la muerte física no puede interrumpir. Recibimos esta nueva vida sencillamente por la fe, al confiar en Jesús. Él mismo dijo: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).
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