El ateo Bragnaugh había desafiado ya varias veces a un joven seguidor de Cristo a un debate público. El joven, por no creer que tenía la aptitud para sostener un debate acerca de la teología, había rechazado la oferta cada vez que lo retaba el ateo. Pero Bragnaugh seguía insistiendo.
Por fin el joven le dijo: «Mire, Señor, los debates convencionales nunca llegan a una conclusión definitiva. Hagamos esto más bien: Yo traeré a cien personas que den testimonio de cómo Dios las ha transformado, de modo que han hallado completa satisfacción y paz interior. Usted quedará en libertad de examinarlas como guste. Pero traiga usted también a cien personas que hayan sido transformadas mediante sus enseñanzas ateas, que den testimonio de que a través de su filosofía atea han hallado paz interior y verdadera satisfacción.»
Cuando llegó el día del debate, no sólo brillaban por su ausencia los testigos del ateo, sino que tampoco él se presentó. Es más, nunca volvió a molestar al joven seguidor de Cristo.
En realidad, el cristianismo no necesita defensa. No es una teoría; es un hecho que sólo necesita anunciarse. El cristianismo no es una filosofía complicada que requiere años de estudio para entenderla; es más bien una experiencia que se verifica en un instante en la vida de quien responde a la invitación de Jesucristo, su fundador.
El cristianismo tampoco es una religión cuya virtud consiste en ritos y ceremonias. El ciego Bartimeo no tuvo que cumplir ningún rito para que Jesús lo sanara. La mujer sorprendida en adulterio tampoco tuvo que cumplir ningún rito para que Jesús la perdonara. Ni fue necesario que cumpliera ningún rito Lázaro para que Jesús lo resucitara de entre los muertos. Es que no hay fórmula mágica ni plegaria ceremonial ni rito solemne que valgan para ganarse el favor divino, ni mucho menos que se requieran para recibir el perdón de pecados, la sanidad del cuerpo o la vida eterna.
La prueba más convincente del cristianismo consiste en el cambio radical que se produce en todos los que le entregan su vida a Cristo. San Pablo se refiere a esa transformación como una renovación total de la mente,1 y la describe en los siguientes términos: «Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!»2
De modo que el cristianismo no es teórico sino práctico, ya que ofrece no sólo una ideología íntegra sino una experiencia integral, y comprende no sólo un nuevo modo de pensar sino un nuevo modo de vivir. Más vale entonces que, en vez de ponerlo en tela de juicio, lo pongamos a prueba personalmente. De hacerlo así, experimentaremos en carne propia la paz y la satisfacción que sienten los verdaderos seguidores de Cristo.
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