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Conocí a un alto funcionario, apasionado admirador de Bossuet (orador y escritor francés), quien exigía a sus secretarias una gran perfección de su estilo literario. Un día, especialmente irritado por el estilo de una carta, se enfureció contra «esta nueva generación que nunca había leído a Bossuet» y me interrogó, queriendo saber qué había leído del gran orador. Ahora bien, cuando cursé mi bachillerato, estudié el «Sermón sobre la muerte», y sabiendo que el funcionario conocía la Biblia, le cité lo que Bossuet había escrito acerca del versículo citado en el encabezamiento de esta hoja: Hoy, ¡qué prontitud! Estarás, ¡qué certitud! Conmigo, ¡qué compañía! En el paraíso, ¡qué felicidad!
Esta fue para nosotros la oportunidad de intercambiar pensamientos acerca de ese texto del Evangelio: he aquí dos hombres crucificados al mismo tiempo. Uno era Jesucristo, inocente de todo crimen. El otro era un malhechor consciente de merecer el juicio. Como la multitud, este malhechor empezó por injuriar a Jesús. Pero de repente su actitud cambió, porque discernió que el ajusticiado era el Mesías anunciado; entonces recurrió a su bondad. La respuesta inmediata superó ampliamente su petición: al pecador arrepentido se le prometió ser acogido el mismo día en el paraíso, es decir, en la eterna compañía de Dios.
¡Qué sencillez! Dos frases intercambiadas y la eterna dicha de un pecador fue asegurada.
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