Llama la atención descubrir que podemos llegar a sentirnos solos aunque estemos en medio de una multitud de personas, sentirnos abandonados a pesar de estar rodeados por el amor y la atención de nuestras familias y nuestros amigos, experimentar el sentido de vacío, de inutilidad, de insensatez, de una vida sin rumbo ni propósito, a pesar de tener éxito en lo que emprendamos.
Hay personas que viven pensando que son insignificantes, que sus vidas no son importantes. Incluso hay quienes se sienten como si estuvieran viviendo en un desierto.
Cuando los demás quieren establecer comunicación con quien padece este dolor, los trata con indiferencia o con hostilidad, porque se siente triste, mezquino, defensivo y rencoroso. Cree que nadie lo quiere y cualquier manifestación de aprecio o de amor de parte de los demás es recibida como lástima o interés propio disfrazado.
El agotamiento físico puede influir en quienes sufren la soledad. También las malas noticias o una serie de fracasos consecutivos. El ritmo vertiginoso de la vida actual, los requisitos sociales y económicos cada vez más rígidos, hacen que para muchos aun los momentos de descanso estén llenos de tensiones y preocupaciones. Además, el decaimiento de ciertos valores y la propagación de la filosofía de desesperación dejan a muchos en un estado de vulnerabilidad y desorientación.
¿Y usted? ¿Cómo se siente en este día?
La explicación para la mayoría de las situaciones se encuentra en el plano espiritual. La energía física varía mucho y las emociones son sumamente inconstantes. Pero es el espíritu el que nos da la estabilidad, la voluntad y la fuerza para seguir adelante y vencer, aun cuando las cosas vayan mal o cuando aparezcan problemas especiales. Si la reserva espiritual está agotada, es decir, si uno ha descuidado la alimentación del ser interior dando más atención al trabajo que a la meditación y la oración, será muy vulnerable a las enfermedades del esp&i acute;ritu.
La separación de la realidad es la separación de Dios y de nuestra naturaleza espiritual. No ha de sorprendernos, entonces, que tengamos la sensación de separación del resto de las personas y experimentemos la soledad interior.
¡Pero usted no está solo o sola, aunque en este momento se sienta así!
La cura para este estado de ánimo se encuentra en abrir los ojos para ver la situación favorable en que nos encontramos. ¿Qué situación? ¡Saber que Dios nos ama, tiene un propósito bien definido para cada uno, y nos promete Su presencia permanente!
San Pablo dijo que estaba seguro de que nadie ni nada nos puede (¡ni podrá!) separar del amor de Dios en Jesucristo. Él le dice a usted: -“Nunca te dejaré ni te abandonaré” (Hebreos 13.5).
Lea la Biblia cada día y aplique las promesas de Dios a su vida, intentando repetirlas en voz audible. Por ejemplo, ahora mismo puede repetir esta declaración de fe: -“Dios me ama y nada ni nadie podrá cambiar eso. Tiene su propósito para mí y lo cumplirá. Está conmigo y no me dejará nunca. ¡Por eso yo no estoy ni estaré solo jamás!”