Un día cualquiera de estos últimos tiempos
La miro y siento el dolor en medio de las costillas, bajo el corazón. De repente, la ternura me captura. Ella me mira y se queja de alguna cosa; ahora son tántas cosas. A veces, pone ojos de animalito indefenso y me clava la mirada para pedirme ayuda. No hay nadie más que la ayude. Seguro quiere levantarse de la silla, ir al baño o quizá calzarse los zapatos. Cada vez es menos autónoma. Antes me observaba como agradecida cada vez que daba un paso por ella o con ella, como si el hecho de ayudarla a alcanzar la mesa tuviera el mismo valor que el salvarle la vida... algo que a mí (cada vez más enjaulada) me hace sentir culpable.
Se ha quedado sin alegría, sin la ilusión de hacer nada, por poca cosa que sea. La obsesión por verme, por tenerme cerca aunque no me reconzca como su hija, es el fruto del miedo a la soledad, al aislamiento total pienso yo, pero ¿será su miedo o mi miedo?.
Ahora son sus carencias las que a veces, agotan mi paciencia, y vuelve el remordimiento otra vez... me pregunto si en realidad tengo la suficiente paciencia.
Todos los movimientos se eternizan; las palabras, las importantes y las banales, se han de decir más de una vez; las labores más sencillas requieren una dedicación exhaustiva... esa es la palabra: exhaustiva. Así una hora tras otra, y un día que sigue a otro. Cada vez la figura más encogida y, cada vez, mi corazón más encogido.
Me doy cuenta que es a mi a quien me traspasa el miedo; diferentes tipos y todos bien egoístas: el de que la situación se alargue o se rompa de súbito; el de aislarme también yo y perderme de las cosas, es decir, de la vida.
Mientras las horas pasan; se pierde su sonrisa, su energía e impulso y yo lo sustituyo por mi sonrisa, mi energía y mi impulso ¿Le será suficiente, me será suficiente?... Y se me desmenuza el corazón sin saber bien si es por mí o por ella, sin resolver quien de las dos está más perdida sin la otra.
Mientras tanto, su alegría se va desvaneciendo con cada pastilla tragada, su tibieza se va quedando en las paredes de casa y en las del hospital esperando que los médicos le acaben la poca paciencia que le queda. Demasiado frío al fin y al cabo para una persona tan cálida. No los reprocho, es su trabajo, pero ¿vale la pena? La mayoría de las veces creo que sí, y por eso volvemos, hasta que no haya que volver más...