TESTIMONIO DE UN CUIDADOR SECUNDARIO
Tristeza podría ser una de las principales sensaciones que me invade cuando veo a mi madre. Todos aquellos que desgraciadamente tienen un familiar enfermo de Alzheimer saben de qué hablo. Su vida ha dejado de existir como tal, noches sin dormir, malas palabras, su día a día se ha convertido en la vida de mi abuela, es todo para mi abuela, sus manos, sus pies, sus pensamientos, y sin nada a cambio, pero lo más triste de todo es que mi abuela ya no reconoce a mi madre y creo que es lo que peor lleva ella, le duele que su madre no la reconozca. Ha habido tantos momentos en los que nos ha dicho, “no puedo más”, pero no … ella sigue cuidándola, dándole cariño, superando todas las dificultades que cada día se añaden. Aun me sorprende escuchar a mi madre decirle a mi abuela cada mañana con todo el cariño y paciencia del mundo “venga mami, vamos a levantarnos”, y que tan solo reciba las malas contestaciones de mi abuela. Quizá por la edad que ya tenemos tanto mis hermanos como yo, no nos ha afectado de la misma manera que podría afectar a un adolescente o a un niño, porque realmente llegas casi a perder a tu madre, porque toda su atención es para esa persona enferma. Gracias a una asociación, mi madre se siente mejor y su carga diaria ha disminuido considerablemente. La compresión, el apoyo, la ayuda de las profesionales y el hecho de poder compartir sus experiencias con personas que están pasando por lo mismo alivian su día a día.
Pilar Páez