Cristina Paniello Vime estudia periodismo en la Universidat Internacional de Catalunya (UIC)
y tuvo una abuela víctima de Alzheimer. Por cuestiones curriculares y
quizás por este antecedente familiar, eligió hacerme algunas preguntas
sobre el interés de este blog y sobre mi EXPERIENCIA COMO HIJA DE UN ENFERMO
A lo mejor, con un poco de suerte, la transcripción de las preguntas
y sus respectivas respuestas les sirve a quienes visitan este espacio…
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¿Escribir en el blog fue una “terapia” para sobrellevar mejor la enfermedad de tu padre?
Montar MaldeAlzheimer.com.ar
cumplió con dos objetivos fundamentales. El primero, hacer catarsis no
tanto respecto de la situación de mi padre en sí, sino respecto de la
falta de contención profesional que tanto afecta a los enfermos de
Alzheimer y a sus familiares en Argentina. El segundo objetivo, generar
un espacio donde familiares y amigos de personas con Alzheimer pudieran
expresarse y sentirse acomañado de alguna manera en el trance que les toca en suerte.
¿Temes cerrar el blog por miedo a olvidarte de alguna manera de tu padre?
De ninguna manera. Los recuerdos que tengo de mi padre superan ampliamente el interés y la importancia de MaldeAlzheimer.com.ar. Es más, a principios de 2008 le di un cierre relativo al blog porque sentí que había dicho todo lo que tenía que decir sobre lo padecido por mi padre.
Desde entonces, MaldeAlzheimer.com.ar sigue
actualizándose con posts que ya no aluden a la experiencia personal
sino con información y reflexiones que -me parece- pueden servirles a
quienes siguen visitando la bitácora.
En todo caso, me resisto a cerrar el blog definitivamente por
fidelidad, respeto y consideración a quienes continúan consultándolo y
porque -creo- es un espacio útil.
¿De qué manera cambió tu vida cuando le diagnosticaron Alzheimer a tu padre?
No tomé verdadera conciencia ante el diagnóstico en sí. En ese
entonces, sospechaba que el mal de Alzheimer era algo serio pero nunca
imaginé la pesadilla que realmente provoca esta enfermedad ligada a la
locura, a la insania mental.
Con el tiempo, el sufrimiento de mi padre cambió mi vida en más de un
sentido. Desde un punto de vista práctico, mi rutina se vio supeditada
a las distintas consecuencias de la enfermedad: desde la imposibilidad
de quedarse solo en casa hasta el traslado definitivo a un geriátrico,
pasando por las numerosas internaciones de urgencia debidas a la
pérdida de niveles de sodio, a bronquitis recurrentes, a complicaciones
con la sonda nasogástrica.
Desde una perspectiva más bien “existencial”, la experiencia con mi
padre enfermo me enseñó a distinguir entre problemas verdaderos y
complicaciones pasajeras, a valorar más la salud y la vida y,
lamentablemente, a confirmar las sospechas sobre in competencia del sistema de salud argentino.
¿Cómo conseguiste adaptarte a esta nueva situación?
No conseguí adaptarme. Enfrenté la situación con la mayor lucidez
posible, por el bien de mi padre y también por el de mi madre y el mío.
También traté de que mi vida no quedara absorbida por la enfermedad.
Pero no me animaría a hablar en términos de “adaptación”.
¿Consideras que en general los familiares de enfermos de Alzheimer tienen pocos conocimientos para cuidarlos?
Creo que, por lo menos cuando el mal se declara, ningún familiar de un
enfermo de Alzheimer tiene los conocimientos necesarios para enfrentar
la enfermedad, a menos que ya haya lidiado con otro paciente de
características similares. En el mejor de los casos, lo que más nos
ayuda es la paciencia, el sentido común, la experiencia (propia y
ajena, de algún conocido que haya pasado por lo mismo) y, con suerte,
el asesoramiento de médicos especializados y comprometidos con su
profesión.
¿Cómo era la relación paterno-filial que mantenías con tu padre durante su enfermedad?
La evolución de la relación que mantuve con mi padre fue paradójica.
Por un lado, percibía que el vínculo se deterioraba a pasos agigantados
(a mi padre le costaba cada vez más reconocerme y, de hecho, dejó de
hacerlo a partir de cierto momento). Pero, por otro lado, aún en las
peores circunstancias, cuando lo abrazaba o lo acariciaba, él me
devolvía el abrazo y las caricias. Tenía la sensación de que nos ligaba
una suerte de reconocimiento epidérmico que iba más allá de lo
cognitivo.
¿Podrías decirme alguna cosa especial que hacías con tu padre
cuando estaba sano y que dejaste de hacerla debido a la enfermedad?
Nada de lo que hice con mi padre sano pude volver a hacerlo cuando se
enfermó. Ni siquiera mantener una charla; ni compartir un paseo; ni
gozar de una comida juntos.
¿La convivencia con tu padre durante su enfermedad te despertó sentimientos contradictorios hacía él?
Sentí amor, tristeza y enojo ante mi padre enfermo. Creo que esos
sentimientos forman parte de toda relación entre padres e hijos, pero
es cierto que el Alzheimer nos sensibiliza mucho a quienes asistimos al
familiar enfermo. Por eso, y porque esos sentimientos pueden variar de
un momento a otro, hablamos de “contradicción”.
¿Te sentiste culpable cuándo internaste a tu padre en el geriátrico?
Aún cuando estuviera acompañado, la permanencia de mi padre en nuestra
casa ponía en riesgo no sólo su propia integridad sino la de quienes
convivíamos con él. La decisión de internarlo en un geriátrico me llenó de tristeza, incluso de enojo, pero no de culpa.
¿Qué fue lo más duro que viviste durante la patología de tu padre?
Asisitir al maltrato generalizado del que mi padre fue objeto por parte de quienes se pretendían profesionales especializados.
¿Qué te resultó más difícil: ser “hija de un enfermo de Alzheimer” o ser “cuidadora de un enfermo de Alzheimer”?
Para mí, la palabra “cuidador”
o “cuidadora” remite a un profesional especializado (una enfermera por
ejemplo) o a un único familiar que tiene el enfermo a su cargo.
Como la asistencia que le brindé a mi padre no se inscribe en ninguno
de los dos casos, me siento incapaz de hablar de la experiencia del
cuidador. En cambio, lo que sí puedo decir es que tener un padre
enfermo de Alzheimer es una experiencia muy dolorosa, cuyas secuelas
perduran en el tiempo, aún después de ocurrido el fallecimiento.
¿Qué aspecto positivo has sacado de esta dura experiencia?
Esta experiencia me enseñó a valorar más la vida y la salud (la salud
mental, sobre todo). También aprendí que los seres humanos somos más
fuertes (más resistentes) de lo que suponemos. Y, por último, pude
conocer bien a mi entorno: distinguir entre aquellos familiares y
amigos que nos contienen siempre y aquéllos que en cambio eligen
ausentarse en los peores momentos.
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