Veinte rosas han muerto entre mi pulso, ¡veinte cálidas rosas! Hubo todo un rosal de fuegos altos, con su frágil aroma.
La nube me dejó sus leves ascuas, sus deshechas alondras; y algún amor que va por su misterio sin la estrella vehemente ni la antigua corona.
Sigo siendo la fiel... ¿quién ha podido decir que le traiciono? ¡Cómo no ver que crezco en esta muerte secreta y poderosa!
La ausencia canta y llora su vacío. Llora y canta mi rostro. Vine para sentir, como la brisa, que por libre estoy sola.
Estas huellas olvidan aquel paso, aquel puerto de hojas. Estas manos borraron en el tiempo las erguidas bellezas y los pequeños nombres.
¡Ah, sentidme cabal por mi arrebato! ¡Coged mi tarde de oro! Funda mi voz el peso de mi angustia en el día de todos.
Estoy de pie porque rompí las redes, porque huí con mi sombra. Estoy de pie porque salvé del miedo el reino de mi frente y la palabra joven.
Hasta un altar de invierno me dirijo, hasta una luna sorda; pero un ramo de paz, un ramo dulce me sale de la boca.
¡A ti, rosa del aire, rosa pura, perpetuamente rosa, las inasibles llamas de mi pecho, los íntimos silencios y el ay de mi derrota!
No seré lo que fui: bulto agitado en medio de las cosas. El alma libre definió sus rutas por altos miradores.
Subiendo para hallar nuevos rosales -ya con clima de otoño- en delirante viaje voy, de prisa, al eco de mi labio y al corazón del polvo.
Por corrientes audaces mi regreso volverá de la noche. Dando un largo rodeo sobre el viento despertará dormidos mi palabra de ahora.
Hablo al que entiende, nunca al que se queda apenas en el goce: detrás de mi laurel baja el camino que aflige y sobrecoge.
Entre su limpio verde nadie mira las oscuras memorias, ni las negadas arpas, ni los hielos o las muertas palomas.
Ya no tengo mi suave primavera ni las manos que exploran. Comprendo que hay un algo no aprendido debajo de mi paso sumiso o victorioso.
¡Solitario tormento, casi lágrima, alcanzando horizontes! El que dice que me ama, el más amante de mí sabe tan poco.
Que la desnuda vida, por desnuda ciega orgullos y ojos. ¡Leed este poema en la mañana y cortad otra rosa!
CLAUDIA LARS
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