EL ESPANTAPAJAROS
Fernando Lujan
A veces es el mismo hombre quien rompe la armonía que hay bajo el cielo.
El Espantapájaros había contemplado muchas noches la lección de las estrellas, había observado la labor diaria del hombre en los sembrados, había escuchado atentamente el canto de todos los pájaros de su comarca, había sufrido la cólera de los vientos, la inclemencia de la lluvia y el ardor del sol; todo esto fue dándole comprensión y sabiduría, lo cual resultaba en beneficio de las avecillas, pues a todas le permitía llevar algunos granos para su sustento y abastecer los nidos donde piaban sus polluelos.
Pero un día el hombre se dio cuenta de lo que pasaba y acercándose donde el espantapájaros, le dijo:
-Si tú sigues permitiendo que los pájaros se roben los granos de mi sembrado, te cogeré y te echaré al fuego.
Esto era lo que más horrorizaba al pobre Espantapájaros, pues su cabeza, sus brazos, y sus piernas estaban rellenas de paja y arderían rápidamente.
Pasaron dos días durante los cuales él no les permitió a los pájaros llevarse ni un grano. Al tercer día, se acercó la golondrina y parándose en uno de sus hombros, le dijo:
-Amigo Espantapájaros, no sea usted tan cruel, permítame llevar algunos granos para mis tres pajaritos que desde ayer no comen y están muriéndose de hambre. Pero el Espantapájaros le dijo que no y la golondrina se fue llorando. Al cuarto día llegó el mirlo haciéndole la misma súplica, y el espantapájaros le dijo también que no y el mirlo se fue llorando. Al quinto día se reunieron todos los pájaros del bosque para deliberar lo que debían hacer en aquella situación difícil, y después de ponerse de acuerdo, se fueron donde el Espantapájaros y le dijeron:
-Señor, hemos resuelto que si usted no noss permite recoger los pocos granos que necesitamos para vivir y no morirnos de hambre, nos iremos absolutamente a vivir a otra comarca, donde la vida nos sea menos dura, y cuando nos hayamos ido, el hombre verá que ya no necesita de sus servicios y entonces se lo llevará y lo echará al fuego.
El Espantapájaros que había estado muy preocupado pensando cómo podía resolver el asunto, les dijo:
-Amigos míos, mal hacéis en venir a amenazarme, pues nadie más que yo se preocupa por el bienestar de vosotros, y al fin he encontrado una solución, pero antes teneis que ir donde el ratón y rogarle que venga a hablar conmigo, y yo os prometo que mañana tendréis los granos que necesitáis para vivir felices en mi comarca.
Todos se fueron llenos de esperanzas y comisionaron a la golondrina para que fuera a hablar con el ratón, con quien tenía amistad por vivir ambos en la casa del hombre, y le dijera que el Espantapájaros tenía un asunto muy importante que comunicarle.
El ratón llegó por la noche y el Espantapájaros le dijo:
-Te he llamado porque sólo tú puedes sacarrme de un gran apuro en que estoy, y es que el hombre me ha dicho que si permito a los pájaros llevarse algunos granos del sembrado, él me echará al fuego; pero sucede que también los pájaros me amenazan con abandonar esta comarca si no les proporciono qué comer, y el hombre verá entonces que mis servicios son inútiles y también me echará al fuego. Quiero que tu vayas al granero del hombre y en el lugar menos visible, hagas un agujero por donde puedan los pájaros, antes que raye el alba y el hombre se levante, aprovisionarse a sus anchas de todos los granos que necesitan, y a cambio de eso, yo te prometo la amistad más firme y servirte de hoy en adelante en todo lo que tú me solicites, aunque para ello sea necesario cualquier sacrificio de mi parte.
Al ratón le parecieron buenas las razones y esa misma noche dejó concluido un agujero en una de las esquinas del granero, donde el hombre no podría notarlo por estar a la sombra de unas zarzas tupidas, y en cambio, de mucha facilidad para que los pájaros entraran y salieran en la madrugada, llevando todo el comestible que necesitaran, quedándoles asi el resto del día libre para cantar, pasear y regalarse con sabrosos postres de moras y otras frutas que encontraran al azar en el campo.
El día siguiente el Espantapájaros les comunicó la buena nueva a las avecillas, que desde entonces vivieron en esa comarca sin mayores dificultades; el hombre continuó sus labores muy satisfecho de recoger íntegramente sus cosechas; y el Espantapájaros vivió también feliz, enriqueciendo su sabiduría con el canto de los pájaros y la lección de las estrellas.