Juan Mediavilla,
Escritor.
Llegar a su rincón del parque suponía para Carla disfrutar durante una hora -el tiempo que le daban para comer- de la soledad.
Con los ojos cerrados sentía las caricias del sol, el murmullo de la fuente y el aroma dulce anunciador de la primavera. Antes de sentarse en el banco de costumbre sintió que algo había cambiado...
Estuvo tentada de buscar otro lugar, pero el anciano que la observaba le pareció inofensivo. Le miró sin mucha atención pero con la suficiente para darse cuenta de que no se trataba de un mendigo. Cambió sus planes y en vez de recostarse y cerrar los ojos, decidió descansar sin perder de vista al viejo. No sería la primera vez que alguien se ganaba un buen susto por creer que los ancianos eran inofensivos. El viejo la miraba pero Carla tenía el presentimiento de que lo hacía porque estaba dentro de su campo visual, si su lugar lo ocupara una maceta por poner un ejemplo, la miraría exactamente igual. A Carla le hizo gracia pensar que el hombre era una estatua de bronce, como la de la vieja de la estación. Por mucho que le miraba no descubría en su cuerpo ningún movimiento, ningún indicio de vida. Al viejo podía sucederle lo mismo que a ella: buscaba un lugar solitario y se encontró con una joven que le importunaba con la mirada. Por si acaso tenía razón y le incomodaba que no hiciera algo, del bolso sacó el periódico gratuito. Una noticia internacional sobre la crisis de las bolsas europeas ocupaba la primera página. A ella, de la crisis, solamente le interesaba la cantidad que figuraba cada mes en la última línea de su nómina, la misma desde hacía dos años. Lo que decían los políticos ya se lo sabían, su discurso solo cambiaba si estaban en el gobierno o en la oposición. La página de sucesos sí que le interesaba, cada día contaba casos diferentes. El viejo de la fotografía llamó la atención de Carla y el titular le causó tristeza: “Desde hace cuatro días se encuentra desaparecido don Francisco Ramírez, anciano viudo de ochenta y dos años...” Un presentimiento le hizo levantar la mirada. En el banco no había nadie. Miró alrededor sin descubrir rastro del viejo. Preocupada terminó de leer la noticia. El último párrafo la mantuvo pensativa el resto del día: “La mayoría de los ancianos desaparecidos o no aparecen o los encuentran muertos en lugares solitarios”.
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