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General: Una fe y una esperanza que producen curaciones milagrosas
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: esperanzaotoñalcaribe  (Mensaje original) Enviado: 04/09/2011 00:21

Casos reales de hombres y mujeres que lograron curar sus cuerpos de enfermedades terminales gracias al poder de sanación de miembros de sus congregaciones religiosas.

 

 

Mirándola a los ojos no puedo sino creer que todo lo que me cuenta es verdad. Sus pupilas verdes como hierba están llenas de lágrimas mientras recuerda que hace apenas un mes el médico oncólogo de una clínica del sur de Cali le dijo que su hijo Sebastián tenía una semana de vida por causa del veneno que corría por sus venas. Me dice que a su chico, de 16 años, le diagnosticaron una leucemia tan agresiva como una mamá leona cuidando sus cachorros.

El médico le dijo que aprovechara esos últimos días así Sebastián estuviera aislado en un cuarto especial diseñado sólo para mantenerlo vivo.
Ni siquiera ella, Paola, su madre, podía verlo sin antes someterse a cuidadosos procesos de desinfeción corporal. No podía besarlo sin tapabocas. No podía tocarlo sino a través de guantes de látex. En una semana su hijo estaría muerto y nadie podía hacer nada por él. Así que recurrió a la única opción que le quedaba. La esperanza.

Lo imposible fue posible

Mientras bajamos por unas escaleras del edificio en el que trabaja, Paola lo señala a la distancia para que yo lo vea. “Ese es Sebas”, dice con las pupilas verdes aún inundadas de llanto.

Es un chico alto y acuerpado para su edad, le digo. Y para tener leucemia, me señala ella. Es verdad y es increíble. Es el mismo chicuelo que hace un mes apenas tenía siete días para vivir pero que ahora hace prácticas profesionales del colegio, baila y hasta va a jugar al fútbol.

Paola, su mamá, me dice sin titubeos que a él lo salvó Dios. Así de sencillo es para ella: una mañana, después de un examen, el médico le dijo tan asombrado como cualquiera estaría ante esa situación, que la leucemia había desaparecido y que Sebastián podía ser dado de alta de inmediato.

Ella buscó a una amiga, la líder del templo cristiano al que asiste, y le pidió que la acompañara donde el doctor para que éste le repitiera lo que le había dicho antes.

Paola temía que el cansancio de tener que trabajar de día y cuidar a su hijo de noche la hubiera hecho escuchar algo mal. El médico volvió a dar el diagnóstico y su amiga oyó lo mismo: el cáncer no estaba ya en la sangre del chico. Estaba curado.

Las explicaciones de todos se redujeron a una sola palabra: fe. Paola explica con todo el aplomo del caso: varios miembros de su culto religioso hicieron una cadena de oración todos los días, desde las 3:00 a.m. y durante una hora sin parar. Todos pidiendo por la vida ya casi perdida de Sebastián. Le rogaban a Dios por una transfusión de ‘su’ sangre por la del muchachito. Y una mañana el milagro llegó. Lo imposible fue posible.

Cuestión de fe. Un rito de sanación que funcionó como la mejor medicina.

Rodrigo, que jamás ha visto a Paola, da un testimonio similar. Él es evangélico y devoto creyente. Fiel protestante. Pero, también es un tipo común que por las cosas del destino, o quién sabe qué, sufrió un accidente automovilístico hace cuatro años, que le hizo polvo una pierna y le destrozó una de las dos mitades del cráneo.

Rodrigo cuenta que conoció a un sanador puertorriqueño que visitaba en Cali a algunos viejos amigos suyos. Ya antes había oído de él. Es, según Rodrigo, un tipo muy famoso porque tiene el ‘don’ de sanar los cuerpos y los espíritus de sus devotos.

La primera vez que se vieron fue en una casa en Ciudad Jardín. Esa noche el sanador le explicó que solamente si se entregaba completamente a Dios lograría la curación que tanto buscaba para su maltrecho cuerpo. Él admite que al principio fue escéptico. No porque no creyera. Es que simplemente sus heridas eran tan graves como para dejarlo reducido a una silla de ruedas durante dos años.

Jura también que los dolores de cabeza que sufría eran a veces tan terribles, que pasaba días sin dormir siquiera. Bromea diciendo que tenía más analgésicos que sangre en las venas. En ese punto de su convalecencia ya varios médicos le habían pedido que se resignara.

Rodrigo dice que jamás dudó del poder de Dios. Era sólo que ya otros hombres habían intentando curarlo y ninguno había podido.

“Pero, el que salva no es el sanador. Es Dios. Dios hace todo posible al que cree en él y en su palabra”, repite y repite cuando ansioso revive su historia.

Cuenta que estuvo dos semanas dedicado a orar. A pedir por una oportunidad. Iba cada miércoles a ceremonias evangélicas en templos ubicados en el sur de Cali.

Allí, en esos rituales, él y varios creyentes más elevaban plegarias y con los ojos cerrados trataban al máximo de abrir su corazón a Dios. Las ceremonias eran multitudinarias. Y una noche de marzo, con una lluvia pertinaz afuera, el sanador le pidió con voz tranquila que soltara sus muletas y que caminara hacia él, que lo esperaba al otro lado del salón.

Rodrigo atendió la orden sin dudarlo. Dice que apenas recuerda haberlo logrado. Sólo cuando abrió los ojos y las lágrimas lo habían cegado se dio cuenta de que había recorrido al menos 15 metros sin ayuda de muletas ni de alguien más.

Dios ayuda a quienes creen en Él

A Segundo, como a Rodrigo, la salud le regresó también gracias a ceremonias de sanación, que son imposibles de predecir porque cada credo tiene cultos y rituales propios.

En el caso de Segundo, a él lo sanó un sacerdote católico. Uno polaco. Un ermitaño que vive en las montañas del Valle del Cauca y que sólo recibe comida a cambio de imponer las manos benditas a pacientes que ponen su salud bajo su tutela.

El ermitaño le advirtió que él no alarga la vida ni reta a la naturaleza. Lo que hace es abrir posibilidades para mejorar la vida.
De hecho, el pastor cristiano Milton Jaramillo dice que esas ceremonias no tienen nada que ver con retar los designios divinos, sino con entender que Dios ayuda a quienes creen en Él.

Lo mismo aplica para el catolicismo. Cuando le relato las historias de Segundo y el padre polaco, el sacerdote caleño Guillermo Zapata dice que eso es tener fe: creer en alguien, sin importar la orientación religiosa.

Y así es. De hecho, Segundo me confiesa que nunca fue un hombre de cultos. Dice que eso era cosa de su mujer, Rosa. Pero es que el párkinson de Segundo no lo dejaba ni alimentarse. Era tal la dependencia del viejo Segundo de su mujer que ella admite, no sin ruborizarse un poco, que había decidido internarlo en un hogar geriátrico porque ella no daba abasto para atender sus necesidades.

Llegaron donde el ermitaño con un bolso lleno de galletas de soda, arroz crudo, lentejas, tarros de mermelada de frutas, mantequilla, café y panes.

Era un domingo. Siete de la mañana. El viaje hasta el templo del polaco duró más de dos horas desde Cali.

Era apenas un rancho como el de las películas del viejo oeste en una apartada zona de Tocotá. Pero Rosa cuenta que había al menos cien personas allí reunidas. Algunas incluso venían de ciudades como Palmira y Tuluá.

Rosa dice que vio personas con cáncer, con hepatitis, con alzhaimer, incluso, invocando a Dios durante la ceremonia que llevó a cabo el anciano de menos de 1.60 centímetros de altura y barba larga como de Santa Claus, con una biblia de hojas amarillentas igual que pergaminos y hostias horneadas por él mismo. El ritual duró más de dos horas. Después de celebrar la eucaristía, varios curados pasaron al frente y dieron testimonios de su recuperación.

“Yo me curé de una úlcera” o “Ya no tengo un tumor”, decían unos y otros.

A Segundo, el sacerdote polaco le impuso las manos sobre la cabeza y susurró una oración que no entendió, dice que seguro estaba en latín. Luego lo tomó por las muñecas y le dio instrucciones para que rezara cada noche y que regresara el domingo siguiente. Le dio también una biblia suya.

Le dijo que la ayuda estaba allí dentro. Hoy, Segundo puede al menos comer sin babero. No sabe dónde está el ermitaño polaco pero cuenta que reza todas las noches con la biblia que le obsequió y cada semana hace un rosario completo.

Paola y su hijo Sebastián también siguen orando. Pero, como para asegurarse que nada salga mal, los tratamientos médicos continúan. También Rodrigo. Permanece en terapia y la combina con rezos y alabanzas.

Pero, al final todos están convencidos de lo que los salvó su fe en Dios.



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: aristo Enviado: 05/09/2011 02:58


 
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