Cuando oro por mis seres queridos, sé que mis palabras e intenciones los bendicen. Dios los ama incondicionalmente y yo también. Afirmo que son sanos, fuertes y que están seguros ahora y siempre.
Si tengo el hábito de enfocarme en las debilidades de mis seres queridos, dejo ir esta tendencia y me enfoco en su sabiduría interna. Confío en sus poderes de guía y comprensión a medida que toman decisiones día a día. Los veo en la luz de Dios—disfrutando de su libertad.
Veo a mis seres queridos como expresiones hermosas del Cristo. Ellos son luz, amor y paz. Declaro para cada uno de ellos: Te veo saludable, feliz y próspero.
Entonces pondré mi espíritu en ustedes, y volverán a vivir. Sí, yo los haré reposar en su tierra, y así sabrán que yo, el Señor, lo dije y lo cumplí.—Ezequiel 37:14