Dejo ir el temor y sigo el camino inspirado de manera divina.
Cuando confío en que la presencia de Dios me guía a cada momento, descanso y soy como un árbol flexible —capaz de moverme en la dirección que Dios me guíe. Tengo el valor para tomar la acción necesaria en mi vida, con fe en que Dios me guía hacia mi mayor bien.
Cuando enfoco mi atención en el miedo, me tenso, me resisto y me falta claridad. Tan pronto como note que mi mente está abatida por el temor, dirijo mis pensamientos a la Presencia divina. Puedo orar y meditar para aquietarme y sentir la guía y protección de Dios. Al hacerlo, el temor se disipa y permito que la fiel presencia del Espíritu dirija mi vida. ¡Dejo ir y dejo a Dios actuar!
Yo soy la vid y ustedes los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto. —Juan 15:5
El poeta Robert Frost escribió: “El hogar es ese lugar en donde tienen que recibirte cuandoquiera que necesites ir allí”. Sólo la presencia moradora del Espíritu me ofrece tal magnitud de consuelo y seguridad.
La importancia del hogar fue demostrada a través del ministerio de Jesucristo. A los seguidores que habían sido sanados en Su presencia, a menudo se les recomendaba regresar a sus casas para que la curación pudiera también abarcar y comprender sus retos humanos.
Consciente de mi hogar espiritual, extiendo una aceptación cálida y un sentido de bienvenida a todos con los que interactúo, sin importar dónde estemos en el mundo. Aprecio las bendiciones en mi vida y las que comparto con otros. Estoy en casa dondequiera que esté.
Vete a tu casa, con tu familia, y cuéntales las grandes cosas que el Señor ha hecho contigo.—Marcos 5:19