Aprender deportes que requieren equilibrio: montar bicicleta, escalar rocas, equitación, requiere esfuerzo físico y mental, concentración y práctica. Lo mismo aplica a mi bienestar mental. Llevar una vida equilibrada requiere que reconozca y viva partiendo de mi centro espiritual, teniendo presente que yo soy parte de algo mayor que mi humanidad.
Cuando conscientemente reduzco mis actividades físicas y mentales, hago espacio para la guía, la paz y el descanso que apoyan el goce de vivir. Me permito ser más contemplativo, maravillarme ante un atardecer, disfrutar de la lluvia y de las cosas pequeñas que forman parte de mis bendiciones cotidianas.
Porque el que entra en su reposo, reposa también de sus obras, como Dios reposó de las suyas.—Hebreos 4:10
Envuelvo a otros en mis oraciones de luz, amor y paz.
Mis oraciones por seres queridos alinean mi mente y corazón con la verdad de que vivimos juntos en la luz y el amor de Dios. En este espíritu de unidad, aquieto mis pensamientos y me dirijo a Dios en mí. En meditación silenciosa, mantengo a mis amigos y familiares en oración.
Los veo como seres de luz, guiados por la sabiduría divina, irradiando vida y energía, saludando cada día con un espíritu de amor y paz. Conozco esta Verdad para ellos: Son más que cualquier reto que puedan enfrentar. Todos somos expresiones de Dios, amorosas, compasivas y amables. Dejo ir cualquier sentimiento de preocupación, sabiendo que las personas por quienes oro son guiadas a su bien.
Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros.—Juan 13:34