Al pensar en los milagros, puede que recuerde a Daniel en la cueva de los leones o a Jesús sanando al ciego y al paralítico, y aún más. Tales milagros pueden parecerme imposibles en el mundo de hoy. Sin embargo, cuando veo un amanecer o la belleza de una flor en todo su esplendor, me doy cuenta del milagro de la naturaleza. Al observar el amor entre una madre y su bebé, o hasta entre personas y sus mascotas, presencio lo milagroso.
Cuando la gracia de Dios provee respuestas según enfrento circunstancias difíciles, experimento milagros. Al considerar la complejidad del cuerpo humano, reconozco que cada respiración es una maravilla. ¡Después de todo, los milagros no están fuera de alcance!
Dios la ha confirmado con señales y prodigios, y con diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo.—Hebreos 2:4