A lo largo de la vida se nos prepara para muchas cosas, todas ellas en base a la supervivencia, dejando a un lado lo emocional, por ejemplo, algo que nunca nos llegan a enseñar es… ¿cómo afrontar la pérdida de un ser querido? De repente un buen día, somos felices al lado de las personas que queremos y al otro, nos damos cuenta de que se han ido y no van a volver. El causante, la muerte. Un camino con entrada y sin salida, un lugar sin retorno, un instante congelado, una pausa infinita en el tiempo…
De pronto la vida mediante la muerte nos arrebata lo que más queremos, sin ser justo o injusto, sin preguntar e incluso a veces sin dejarnos poder decirles lo mucho que les queremos y lo contentos que estamos de haberles conocido y haber estado con ellos un tiempo determinado.
La sensación que se tiene es un sentimiento basado en la incomprensión y una reacción fomentada por la impotencia, acabando finalmente en la frustración. Todo ello pasa, queramos o no. La vida tiene un principio y un fin, nada es inmortal, ni siquiera el mundo.
El dolor provocado por la pérdida de un familiar, amigo o conocido, no se puede describir mediante palabras, no hay cura para hacerlo más llevadero ni tampoco se puede escapar de él; sin embargo lo que si resulta ser cierto, es que atravesamos una serie de fases… empezamos por el rechazo, la ira, llegando al miedo, la culpa, la depresión y finalmente llegamos a la aceptación.
Pretendo ayudar básicamente a los adolescentes ya que se encuentran en un momento muy difícil de su vida en que cada decisión puede ser definitiva y predomina el miedo a equivocarse y a lo desconocido.