Un leve párpado de luz es tu piel, ajeno al ocaso de las manos que la cubren. En ti vive la flor imposible de Verona, los callados barcos y las lenguas primitivas.
Es tu mirada un sacrificio a punto de cumplirse. Detiene el crecimiento de la selva que alimentas o la felina muerte agazapada que no dices, y son tus ojos y los míos su más caras ofrendas.
Oh Mujer o Penélope o Bella, tensas el más dorado de los arcos, venablo que se aboca hacia tu vientre, secreto volcán, furia del sueño, primera sombra.
Ahora sé que el tiempo multiplica los dones y los trampea, confunde las voces y las derrotas. Distraídamente, recompone la vida con sus suturas, y al fin somos benévolos jueces y condenados.
Quizás alguna tarde en que el pasado exhiba sus galerías de arena y de sombra, viejo como el viejo sol de la espera, un temblor generoso, un rumor de la sangre, me devuelva a los labios unas cuantas palabras: no encontrará mi alma su reposo hasta que en ti penetre y me amanezca y ría.