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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: nania2  (Mensaje original) Enviado: 06/12/2009 11:32


 

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Colina

Mereciendo la Navidad

ACABAR el año siempre supone una

cierta inquietud con respecto a los

nuevos tiempos que están próximos a llegar.

Al menos, el que se va ya ha sido vivido.

Lo hemos gozado o sufrido, lo hemos padecido

y sobrellevado, pero al que llega le queda por

descubrir sus grandezas o sus miserias y eso

siempre nos mantiene temerosos y abrigados

en el pensamiento de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

La llegada de la Navidad acerca al más agnóstico

a la idea de un dios que nace, aunque no

se sienta su heredero. Y es que a pesar de

que estas fiestas han perdido el sentido

misterioso que las envuelve para ser sustituido

por la parafernalia de brillos, cava y cotillón,

no dejan de remover en el interior un sentimiento

sin paliativo tanto si se las da la bienvenida

con júbilo como si se las rechaza absolutamente.

No hay que ser profeta para percibir el anochecer

de una época y el despertar de otra. percibimos

la necesidad de cambiar desde dentro,

desde nuestra parte más auténtica y

más humana para gozar todavía,

lo que nos queda de vida, de un mundo mejor.

La crisis no sólo está en la economía, sino en las creencias,

en las ideologías, en las costumbres, en la convivencia ,

incluso el mundo tecnológico nos vuelve la espalda,

ya que a pesar de haber conseguido un espacio cada

vez más interconectado no ha podido lograr ni

unificar la calidad de vida para todos.

Las diferencias cada vez hacen más distinto al oprimido.

El necesario cambio no debe profundizar en la

concentración de la riqueza y el poder en manos

de unos pocos: no en asesinar, no en avasallar ni

empobrecer a unos sectores a favor de otros más elitistas,

no en arriesgar el equilibrio de la Tierra, no en ayudar

al Tercer Mundo, sino en que no haya mundos terceros;

ni está tampoco en tolerar la ecología,

sino en ponerla muy por encima de los egoísmos nacionales.

Debe nacer una actitud nueva, una sensibilidad distinta que

nos lleve a comportamientos más equilibrados y compartibles.

Es necesario cambiarnos de raíz: que la comunicación

entre los ámbitos más cercanos y familiares o los más

lejanos e institucionalizados , sea flexible y natural,

ni autoritaria, ni paternalista; que partiendo del núcleo

de lo personal se traslade con agilidad a lo colectivo,

que se alimente del diálogo espontáneo y que permita

avanzar a los que estén en esta sintonía, en la misma

luminosa dirección creativa. Porque cuando lo hagamos

así nos sentiremos herederos del dios que todos

encarnamos sin la necesidad de lugares, ni oficios,

ni rúbricas, ni dirigentes especiales que entonen la

oración que debe surgir de dentro. Atentos únicamente

a la dirección de nuestra propia conciencia cuando lo

que decidamos se dirija por el criterio de ser favorable

para nosotros mismos y los demás.

La idea de Dios no puede heredarse.

Ha de ser una cosecha individual después

de una siembra muy larga; de una siembra

de dudas y contradicciones. Todas las religiones

son igualmente respetables en cuanto impulsen

a la generosidad con los semejantes e impidan

que unos abusen o se impongan a otros.

En definitiva, sin libertad no hay cielo, ni infierno.

El bien y el mal se distinguen por el mero

uso de la razón, que es justamente lo que

nos hace hombres. No fracasan los gobiernos,

ni las religiones, ni las instituciones, ni las familias,

ni las parejas fracasan las intolerancias

vengan de donde vengan.

«No quieras para los demás, lo que

no quieras para ti», único lema que

tenemos que heredar venga de Buda

o de Jesús de Nazaret. Y cuando así suceda,

comprenderemos que todos tenemos el mismo

valor y que nadie es imprescindible ni tampoco

insustituible en ningún escenario de la vida.

Comprenderemos que los más válidos no son

entonces los que salen en las noticias, presentan programas,

protagonizan portadas del corazón o se

encaraman en los podios de los estadios o los púlpitos.

Entenderemos que aquellos hombres

y mujeres que constituyen la urdimbre y

la trama de ese espeso tejido de a pie que

todos conformamos; aquellos que viven para

igualar a sus semejantes, para compartir y ayudar,

para vivir y convivir, para solicitar y ser solícitos,

para tender la mano y abrazar, para saber dar y

recibir o para defender y amparar, son los que heredan

a Dios verdaderamente. No los mangantes, los escaladores

sin escrúpulos, los hábiles en enriquecerse, los estafadores,

los que dan palmaditas en la espalda con una mano

y te empujan con la otra, los falsos amigos o los que

te prometen el cielo y te dejan caer en el infierno.

Sino los generosos, los abnegados, los modestos,

los insignificantes en apariencia, los solidarios, los

dadivosos de sí, los seres humanos que instalados

en la normalidad salen a flote día a día con digna

dificultad y aún tienen la sensibilidad natural

de no desequilibrar, de aguantar en la otra mejilla

y sobre todo, de luchar en la creencia de que la

calidad humana aún es posible. Esos son los que

pueden permitirse la Navidad, crean en ella o no.

necesitamos de jerarquías propias

flexibilizando devociones, desterrando

dogmas y cultos irracionales, aboliendo

sumisiones forzadas, estableciendo y exigiendo

tolerancia y sobre todo dejando escapar,

a diario, esos sentimientos que en estas fechas

nadie ahorra en su manifestación para poner

una alfombra roja entre los que transitamos al

mismo paso. Lo que nos espera es laborioso.

Rechazando senderos marcados e inoperantes

y abriendo caminos y rutas nuevas para quienes

nos sigan. Comenzar el año inaugurando

una vida hecha entre todos -jóvenes y mayores,

letrados y analfabetos, pobres y ricos- para

crear un planeta en paz y armonía, al que cada cual,

desde su sitio, haya aprendido a amar serenamente.



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: any60 Enviado: 08/12/2009 21:02
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besitosss...any


 
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