COPLAS
Todo adquiere en mi boca un sabor persistente de lágrimas; el manjar cotidiano, la trova y hasta la plegaria.
Yo no tengo otro oficio después del callado de amarte, que este oficio de lágrimas, duro, que tú me dejaste.
¡Ojos apretados de calientes lágrimas!, ¡boca atribulada y convulsa, en que todo se me hace plegaria!
¡Tengo una vergüenza de vivir de este modo cobarde! ¡Ni voy en tu busca ni consigo tampoco olvidarte!
Un remordimiento me sangra de mirar un cielo que no ven tus ojos, ¡de palpar las rosas que sustenta la cal de tus huesos!
¡Carne de miseria, gajo vergonzante, muerto de fatiga, que no baja a dormir a tu lado, que se aprieta, trélmulo, al impuro pezón de la Vida!
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