Tu cuerpo escultura y exquisito,
cuando entré a tu alcoba rosa,
te tapaste apresurada con el lino,
de las ropas del lecho, pudorosa.
En la almohada, tu cara era una rosa,
que me incliné a besarte, y que divino
nectar bebí en tu boca deliciosa,
un gozo de recuerdo, para ésta peregrina.
Ya en el lecho, mis manos en tu cintra,
enlazarón aquel el hombre puro,
que al sentirse también de amor cautivo.
Dulcemente se rindió, y sus formas
temblarón como cándidas palomas,
junto a mi frente ardiente y pensativo