Mar en calma, el balanceo de la pequeña nave de pesca ayudado por los rayos suaves de sol al atardecer me hacen entrar en esa frontera entre el sueño y la realidad, la mano derecha navega al ritmo que marca la embarcación, fundiéndose con la débil ola que se dibuja en las cristalinas aguas, mis ojos poco a poco se entornan, quedándose en la retina , las algas oscilantes del fondo poco profundo del atolón, los bancos de diminutos peces zigzaguean junto a la sombra que reflejo en la mar, temerosos que esta se convierta en voraz escualo y mancille su formación marcial.
La música apenas perceptible circula por mis tímpanos, ya poco acostumbrados a los sonidos desde que la hechicera Circe me los taponó con cera para cruzar la isla de las sirenas. ¡ Que paradoja!, prohibirnos el sonido mas dulce de la naturaleza para sobrevivir, rechazo volver a hacerlo, no consentiré que nadie más me prive de las maravillas de la naturaleza, de la armonía de sus cantos, de la dulzura de sus versos , de la belleza de sus ninfas del contraste de los colores en el ocaso del día, de mi amada Penélope. ¿De los cantos?, si de los cantos, aunque ella me los haya vetado con su cera hirviendo, aun los percibo cuando cierro los ojos y mis manos acarician las vibraciones en el agua, en la que se dibuja la figura perfecta de ella, sus cabellos dorados, sus celestes ojos, sus sensuales formas oscilando en el temblor de las yemas de mis dedos castigados por la sequedad de las aguas salinas. ¿Qué paradoja? : rodeado por un mar inmenso de bellas aguas, lleno de vida, de sonidos ,de colores…y no se me está permitido beberlo, acariciarlo, olerlo, oírlo ni verlo. En ocasiones daría mi vida por beberlo, pero no puedo permitir traicionarte amada mía con mi ausencia eterna.
Cruel hechicera, hoy has decidido que mi vida ya no tiene esperanza, se que tus artes son poderosas y que intentas confundir mi razón con esas imágenes que en sueños veo, la duda es mala consejera, corroe poco a poco la razón hasta hacerla desaparecer, me muestras a Penélope en brazos del joven Telémaco. ¡Insensata!, ella me ama, es fiel. ¿O no?, quizás estoy en un error, ella es joven, bella, llena de vitalidad, ha pasado mucho tiempo en este cautiverio, tal vez tres años o mas. ¿Dímelo tu cruel carcelera? ¿dime cuanto tiempo hace que me impides reunirme con mi amada?. El es joven, es mi discípulo, yo le he enseñado a combatir, a ser justo con los justos y cruel con los enemigos de Grecia, yo lo he encumbrado entre los poderosos, le he nombrado amigo de un rey, le he dado la llave de mi casa, la llave que abre las puertas de ella.
¡ Maldita Circe!, te lo suplico, cambia el rumbo de la corriente, levanta el viento del oeste, dirige mi nave a Itaca. ¡Te lo suplico!, ella me espera, es la esposa de un rey y la esposa de un rey vive mientras él vive y muere cuando él muere. El sol abrasador, otra vez en lo alto, otra vez dormido, otra vez ese maldito sueño, me he dicho mil veces que nunca más me quedare dormido. - Nunca más me podrás martirizar con la imagen de mi amada en brazos de mi discípulo. Dulce piel, tersa como la cuerda de mi arco, olorosa como el Jardín de las Delicias, exploro cada rincón oculto de tu sublime cuerpo, dibujo con mis dedos tus redondeadas formas, moldeo tus pechos firmes, elevados desafiantes al sol, señalándolo desafiantes, ordenándole que rinda pleitesía a su perfección . Pasión ardiente de cien noches, ¡solo cien noche nos han permitido los hados estar juntos amada mía!, cien noches en las que te he amado en la que he descubierto tus secretos en los que cada noche te he regalado una nueva caricia distinta de la anterior, en la que nuestros sexos han bailado unidos hasta encontrar el misterioso camino de lo sublime manifestado en una explosión única de placer infinito.
Ahora mil noches después, mi cuerpo tiembla recordando una fruta que me pertenece, una fruta que tú pretendes pudrir en la boca de otro, ¡te maldigo de nuevo hechicera!, nadie y menos tú, puede mancillar el recuerdo con un presente imaginado. La mano dibuja el leve oleaje de la mar, la piel arrugada por la humedad traspira odio y amor al mismo tiempo. Te lo suplico, dirige el rumbo de la nave a mi patria querida, no prives a mi pueblo de su rey, no mancilles mi dinastía secular, con la tortura de un rey loco, te lo suplico, permíteme ver por última vez a mi amada, permíteme perdonar a Telémaco, permíteme, ver Itaca, pisar sus calles oler su aroma, sentir en mis sentidos el clamor de un pueblo noble que honra a sus gentes.
La humedad me ahoga, penetra en mis huesos, me arde la boca, la nave se deshace como el recuerdo, se nubla como la imagen que se proyecta en una cortina de lluvia, difuminada en dos sombras que yacen una sobre otra, mancillando la cama de un rey, ¡de un maldito rey olvidado! Al que la mar queriéndolo coronar engulle como a un barco de barro, esparciéndole por todo rincón en homenaje a esas sirenas que un día le cantaron y el rehusó escuchar.
Fín.