Desnúdate del todo. Quiero verte en plenitud, en autenticidad, como si fueras mar, montaña o cielo, sin adornos de seda o de percal. Tu piel será el espléndido ropaje que te engalane; no precisas más. Y sin rubor, como quien no ha sufrido rancios sermones de moralidad. Como la alondra, el ciervo, la pantera, la rosa, el tulipán, que salta, vuela, corre, o simplemente está, exhibiendo sus galas sin nada que ocultar. ¿Cómo podría conocerte a fondo, tal cual eres, oculta en el disfraz de la postiza piel de tu vestido, que enmascara la auténtica y real? Quiero mirarte con los mismos ojos de sorpresa, de voluptuosidad, que Eva sintió en su carne al descubrir en el Edén a Adán. Con los ojos adúlteros del rey David, dejándose hechizar por la imagen desnuda, enjabonada, de Betsabé; calandria y gavilán. Deja caer el albornoz, descubre quién eres bajo el mismo, tu sensual fibra inflamada de tigresa en celo, que mira al frente sin un paso atrás. Ya te he visto por dentro, he penetrado tus íntimas parcelas, el desván en que hacinas tus viejas añoranzas, las urnas de cristal que exhiben tus proyectos, tus ideas, y el cráter del volcán donde bullen y estallan tus deseos. Lo he visto todo ya. Hoy quiero ver la piel que lo recubre, en plenitud, en autenticidad.