Yo me quedo con el eco jubiloso de tu risa. Con el destello de tu mirada, sobre mi piel enamorada, suspendida. Yo me quedo con la belleza de esa historia que fraguamos cierto día, de soledades mutuas y alas comprimidas.
Yo me quedo con la remembranza de una tarde de abril reverdecida, en que el susurro de las olas, que a deshabitada orilla confluían, cómplices fueron de nuestros suspiros, testigos del primer abrazo que, ávidos, nuestros cuerpos compartían.
Yo me quedo con la urgencia que el deseo a nuestras manos confería y ese fuego de nuestros besos que a ambos nos asombraba, aún siendo absolutos protagonistas.
Yo me quedo con la música de tu voz, en tantas noches de secretos a media luz y confidencias dirimidas. Y con el impulso de tus palabras, que en mis sentidos derramaban la más esplendorosa energía.
Yo me quedo con las promesas que cumpliste, con la ternura de tus caricias, con ese suplemento de vitalidad que me donabas y gozosa yo absorbía. Yo me quedo con la emoción que en mi corazón desataba tu venida y en mi alma, acostumbrada a las sombras, soles encendía…
Y en el cofre de los desaires que, sin dudarlo, a todos nos lega la vida, yo he guardado, en una cajita de dimensiones mínimas, el dolor que me causó tu callada despedida.
Me quedo con lo bello y lo triste de este amor que, al menos yo, por ti sentía.