GOTAS DE AMOR
Por
Emma-Margarita R. A.-Valdés
Grabé tu nombre en un árbol
y el tiempo lo respetó;
grabé mi nombre en tu pecho
y el tiempo se lo llevó.
Grabé tu nombre en un árbol
y permaneció en el tiempo;
en tu corazón de mármol
no logré grabar mi sueño.
Perdóname, tú has sufrido,
yo no supe consolarte,
ahora sé que me has querido,
y yo no he podido amarte.
Perdóname, no sabía
la intensidad del dolor,
jugaba, no comprendía
cómo era sufrir de amor.
Arranqué las espinas del camino
para que tu pie no hirieran,
con tus manos cogiste todas juntas
y las clavaste en mis venas.
Un rasgueo de guitarra
me recordó mi dolor,
ese rasgueo que rasga
y rompe mi corazón.
De tu amor sólo queda tu fetiche
colgado del marchito corazón,
se balancea al son, mientras camino
por el último, oscuro, callejón.
Tu palabra es agua.
Tu palabra es río.
Tu palabra es aire.
Tu palabra es frío.
¡Qué triste palabra!
Muere en el vacío.
Muere como el aire.
Muere como el río.
¡Qué triste palabra
la tuya!, amor mío.
Antes de que cese la tormenta
y el sol seque el lodo del dolor,
antes de aventar nuestra cosecha
y saciar el hambre del amor,
antes de alumbrar la noche lenta
y la oscuridad me hable de ti,
antes de que sola el alma muera,
ven a mí.
Hoy he vuelto a pensar en ti,
en aquel gran amor vivido,
al que nunca venció el olvido
y perdura llorando en mí.
¡Cómo late el recuerdo!.
¡Qué pesada es su carga!.
Aún vuelve día a día,
aún grita en la distancia,
crece y crece su sombra,
en la noche se agranda.
El recuerdo cautivo
me hiere, me desgarra.
Ya no encuentro caminos,
ya no encuentro posadas,
hora a hora se aleja
la alegría, la calma.
¡Cómo late el recuerdo!.
¡Qué pesada es su carga!.
El recuerdo me habita sublevado,
aún enturbia mi mente con su celo,
y en la noche profana mi desierto.
Con el día su ardor he suavizado
ideándote de hinojos sobre el suelo,
rogándome un perdón que en mí ya ha muerto.
Llegado el anochecer
navegaba en tus abrazos,
me enredaba entre tus lazos,
me dejaba apetecer.
Pero un triste amanecer
te alejaste de mi lado
y batió mi acantilado
el mar del atardecer.
Como el caballo de Atila
pisaste mi corazón,
no volvió a crecer amor
en la senda de mi vida.
Noche, lamento,
escalofrío y llanto,
un desencanto
nace en mi sentimiento.
Noche, lamento,
desilusión, quebranto,
muere mi canto
ahogado en desaliento.
Por la mañana
el sol seca el rocío
de mi ventana.
Una campana
anuncia en mi vacío
noche temprana.
Una noche quise huir
de la celda del cerebro.
Sin raíces, pluma y ala,
crucé las rejas del miedo.
Exprimí rojos racimos,
me embriagó el néctar espeso,
ciega en sombras, tras la bruma
busqué la flor del almendro.
Volví herida por las jaras
del monte del sufrimiento.
Los barrotes de mi celda
eran más grandes y gruesos.
¿Dónde encontraré las llaves
que cierren mis sentimientos?
Emma-Margarita R. A.-Valdés |