Me ha prestado sus ojos la melancolía.
Me
ha invitado a asomarme por ellos
. Dudé un momento, pero, ya que lánguida
insistiera, accedía a ver la vida desde su deriva.
Acaso jamás sospechara tanto dolor...
Eran dos luceros, caídos al mar de la tristeza, de una dulce niña que, sin
consuelo, llorara sobre el
"... Ya no
regreso.
No me exrañes. ¡Vive! COLINA Adiós en este beso
..."
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