Los recuerdos de mi vida son como fotos en un álbum. Documentan experiencias, retos, crecimiento y descubrimientos. Algunas imágenes evocan vivamente sentimientos, lugares, sonidos y circunstancias del pasado. Recuerdo con gozo los bellos momentos, cuando los regalos espirituales eran fáciles de ver. Y, al recordar experiencias dolorosas, saco valor de mi pozo profundo de fe.
Todas mis experiencias han contribuido a mi comprensión y crecimiento espiritual. He conocido a Dios como mi fuente de fortaleza cuando me he sentido débil, y como mi fuente de gozo cuando mi corazón ha rebosado de felicidad.
Soy bendecido al mantener una vida espiritual y saber que siempre camino con Dios.
Lo has bendecido para siempre; con tu presencia lo has llenado de alegría.—Salmo 21:6
Dejo ir y confío en el resultado perfecto de Dios.
En el jardín de Getsemaní, Jesús dejó ir la idea de lo que era mejor para él. Él oró: “que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”, y puso el resultado en manos de Dios. Su perspectiva y entrega dieron paso a una realidad mayor, y él transcendió sus limitaciones personales.
Siguiendo el ejemplo de Jesús, nuestro Señalador del camino, dejo ir mi pensamiento limitado para aceptar un resultado divino. Dejo atrás cualquier expectativa estrecha acerca de mi bien y acojo una nueva posibilidad para el crecimiento de mi alma. Al dejar ir mi punto de vista personal, puedo percibir la visión de mi ser más elevado. Confío en el resultado perfecto de Dios y siento gozo.
“¡Abba, Padre! Para ti, todo es posible. ¡Aparta de mí esta copa! Pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”.—Marcos 14:36