Daniel se hallaba en la notaría,
pues había sido notificado de que su abuelo estaba muerto y que él era el único heredero que aparecía en el testamento.
Nada de lo que su antecesor le había legado, parecía satisfacerlo.
No obstante, cuando llegaron a la parte en donde el albacea mencionó la hacienda,
al joven se le llenaron los ojos de ambición.
Lo que él pensó fue que al venderla,
obtendría buen dinero y se podría comprar esa cabaña junto a la playa que tanto había deseado.
Viajó a la localización de la morada y se indignó al ver que el anciano hubiese dejado que el deterioro le pasará factura al lugar.
Maldito viejo.
¡Cómo no la cuidó un poco más!
Con lo que me den, no podré comprarme ni un auto nuevo. Dijo.
Junto a la casa principal se hallaba un añejo limonero que daba señas de que en efecto había tenido mejores días.
A sus pies se encontraban varios limones podridos y otros tantos mordisqueados por los roedores.
Entró al domicilio y se enfiló hacia la habitación principal.
Quitó las sábanas y se metió en el lecho dado que afuera hacía mucho frío.
Cerca de la una de la mañana, un ruido hizo que se despertara sobresaltado.
Ah, menos mal, se trata solamente de una molesta rama que está golpeando el cristal de la ventana.
Ya me había asustado,
pues comencé a creer en las leyendas de miedo que me platicaba mi tío Fulgencio sobre este sitio.
Por la mañana, se acercó al limonero con la intención de arrancar la rama.
No obstante, ninguna de ellas llegaba hasta donde se encontraba el tragaluz.
Súbitamente algo le comenzó a pasar al árbol y es que del suelo brotaron sus raíces,
las cuales aprisionaron a Daniel.
El hombre gritó envuelto en pánico hasta que terminó asfixiado.
Al día siguiente el limonero estaba lleno de hojas y frutos frescos,
pero de aquel arrogante sujeto no se volvieron a tener noticias.
En el mundo hay cosas en la naturaleza que ni el más sabio puede explicar.
COMPARTIDO CON MUCHO AMOR Y MIEDO,