Para un adiós sin lágrima
Las paredes extendían su compasión en torno. Era el andén, el puerto, la orilla definitiva ya. Un cielo azul y un aire rodado en caracoles, el ventanal abierto. Firmes hombros, mis manos en tu profunda noche sobre sienes, pude mirar tus ojos.
Habíamos bebido juntos; largo sorbo las dulces lunas lentas. Tú me contabas cosas, yo recordaba sueños, y reía, reía con la risa más distante, más dichosa de todas las que tuve. Hablábamos del pasado como de un ave irremediablemente muerta.
Del futuro, como de una increíble profecía sin rostro. Esencialmente nos habíamos amado, con el sólo apacible o volcánico y siempre sorprendente gesto de amarnos, sencillamente amarnos. Luego, tú a tu destino, yo a cualquiera, el más opuesto al tuyo.
Fue una botella de mar, cuando brindamos ¨ Que te olvide en seguida si es que no puedes recordarme siempre. ¨ Una ráfaga virgen todavía, nos envolvió de pronto.
Era el instante de evadir, buscábamos la manera más simple de engañarnos. Todo fue buen refugio; las paredes, el techo, las ventanas, el almohadón propicio, a lámpara, el espejo, las flores condenadas a morirse de sed, luego, mañana...
No quisimos mirarnos. Tu sonrisa acarició mis hombros pensativos. Displicente, con los ojos, en corales y piedras y naufragios, hallé decir fingida, tal vez llueva. Un silencio como un pájaro enorme que abatía. El acero girado de la llave, un sollozo de gozne, tensa puerta, y creí escucharte desde el nunca, voz de ráfaga y nube, tal vez llueva...
©Matilde Alba Swann