Mi madre me llamó aquella mañana para decirme que a eso de las doce procurara estar en casa para recoger un regalo del tío Fabián.

   ¿Quién es el tío Fabián? -pregunté-

   -Un pariente por parte de tu padre que hace muchos años se fue a hacer las Américas y se ha puesto en contacto conmigo para que te avise del envío.

    Y  ¿Por qué tiene que regalarme nada? -inquirí de nuevo-

    -Hija no hagas tantas preguntas que pareces un fiscal y limítate a recoger el paquete - dijo ella subiendo el tono de voz-.

  -Está bien, estaré al tanto -respondí y le mandé un beso antes de colgar el auricular-

   Estuve toda la mañana impaciente y cuando, a las doce en punto sonó el timbre del telefonillo, me precipité a abrir la puerta. Dos chicarrones del servicio de transporte traían un embalaje de considerables dimensiones, a los que les pedí que me lo dejaran en la salita de estar porque yo sola me sentía incapaz de mover semejante armatoste. Acto seguido les acompañé, de nuevo, a la puerta de salida mientras les daba las gracias y les ofrecía una propina que me rechazaron al unísono porque, según ellos, Don Fabián ya les había remunerado suficientemente.

   Regresé a la salita, impaciente por deshacer el envoltorio y descubrir lo que contenía en su interior, lo abrí y apareció ante mis ojos un reloj de cuco y una nota que decía:

  “Este es un reloj muy especial al que no tendrás que darle cuerda nunca pero, eso sí, cada viernes a las diez de la noche deberás colocarle un dedal de agua. Si así lo haces, en breve, un acontecimiento importante cambiará tu vida.”

Atte: Tu tío Fabián

   Estaba terminando de leer la nota cuando llegó mi marido y le conté lo acontecido, en mi vida le había visto reírse con tantas ganas, sus carcajadas estaban empezando a molestarme e, intentando contener la risa, se dirigió al trastero a por la caja de herramientas y sin más dilación lo colgó en el salón frente al televisor. Cuando terminó de colgarlo me dijo: ¡Cariño, hoy es viernes, no te olvides de dar de comer al pajarito! Y soltó una carcajada que me resultó sumamente desagradable. Yo entraba a las diez y media en el pub y salía a las ocho de la mañana (más o menos). Me sentía ridícula dando de comer, por así decirlo, al reloj de cuco, pero sin cuestionarme nada más decidí cumplir a rajatabla las instrucciones. Un mes después la policía se presentó en mi casa y se llevó detenido a mi marido por tráfico de drogas, no me dejaron hablar con él y me recomendaron no ir a comisaría antes de cuatro horas. Confusa y desesperada decidí llamar a mi madre que, de inmediato, vino a recogerme para ir juntas al cuartelillo de la policía ¡Qué mujer!

  Se enfrentó a todos los oficiales que ponían trabas a cada uno de nuestros requerimientos y hasta que no consiguió que nos recibiera el comisario no paró, en cuanto íbamos a entrar en el despacho me mandó a por un botellín de agua.

  ¡Obedecer y callar! Cuando regresaba, escuché la voz de mi madre diciendo:

  -Lo del reloj de cuco ha sido una idea estupenda, es que mi hija hace todo lo que digo y no podía ni sospechar que colocando el dedal de agua activaba el mecanismo de la cámara de vídeo que ha grabado las entregas de mi yerno ¡Qué ganas le tenía a ese asqueroso! Gracias Fabián.

  Mi madre se apresuró a salir de allí en cuanto me vió aparecer con el botellín de agua. En las escaleras del juzgado me volví hacia ella y le dije:

  -Hasta ahora, mi marido “el asqueroso” se ha hecho cargo de tu hipoteca ¿Verdad? Nunca has preguntado de dónde sacaba el dinero ¡No te enteras de nada! Mi trabajo es una tapadera y mañana te envío el reloj de cuco y te ocupas tú de “darle cuerda”.

-Pero, hija, yo no podía saber. ¿Quién me va a ayudar, ahora, a terminar de pagar la casa?

-¡Pregúntale a Fabián!