Mi padre ha venido a verme esta tarde, me ha dado un abrazo lleno de sentimiento y con la voz entrecortada me ha dicho:
-Perdóname, hija mía. No sé cómo he podido hacerte esto pero tienes que entender que la familia me necesita …
-Papá, no estés triste, yo aquí me siento feliz -he respondido mientras correspondía a su abrazo y le besaba la frente-
En ese instante su mirada se ha clavado en la mía con una tremenda expresión de desconcierto porque estoy en un correccional de menores y no es fácil comprender que este hecho sea el motivo de mi felicidad, he acariciado su cara y cogidos de la mano hemos salido al patio dónde le he explicado las sensaciones que me invaden en mi vida actual.
-Papá, nunca antes había tenido ocasión de conocer el sentido de la amistad porque nunca tuve ocasión de relacionarme con nadie y aquí tengo amigas. Estoy aprendiendo a leer y escribir, algo que antes me hubiera resultado imposible por falta de medios y, sobretodo, tengo algo que te va a fascinar
¡Ven, ven! -añadí tirando de su mano-
-¿A dónde me llevas, hija?
-¡Ya lo verás! continué entusiasmada mientras le hacía recorrer los pasillos del correccional hasta llegar a mi habitación. Una vez allí, grité exultante:
¡Mira, una puerta!
-Está cerrada, dijo mi padre después de intentar acceder al interior moviendo el picaporte.
-¡Claro! -exclamé- como debe ser para que las visitas no husmeen en nuestra intimidad.
Creo que, al final, he conseguido contagiarle mi entusiasmo aunque sé que le embarga un sentido de culpabilidad al pensar que estoy encerrada sin motivo alguno.
He tenido que convencerle de que esto es lo mejor que me ha pasado en la vida. Tengo catorce años y los he vivido debajo de un puente con unas mantas viejas colgadas a ambos lados, intentando tener un poco de intimidad; durmiendo siempre con un ojo abierto y tropezándome con otras cinco personas en un espacio reducido y en condiciones infrahumanas, asfixiándonos en verano y apretándonos unos con otros en invierno buscando un poco de calor. Bendigo el día en que aquel individuo invadió nuestro “hogar”.
No sé con qué pretensiones, porque no teníamos nada que mereciera la pena, el caso es que salió de allí con los pies por delante. No voy a decir quién de mis familiares lo mató; me declaré culpable por decisión propia y aunque, en un principio tuve miedo al pensar en lo que iba a pasar conmigo, ahora …
¡¡¡Soy feliz!!!
Hay una puerta en mi dormitorio que cuando se cierra me hace sentir segura y duermo toda la noche sin sobresaltos. No sé qué pasará cuando salga de aquí pero hasta mi mayoría de edad, tengo una puerta que me protege del mundo exterior.