Salí a la calle alborozadamente mientras tu te asomabas a la puerta mirándome encendida y sonriente. Volví la cara en dulce arrobamiento, y sin dejarte de mirar siquiera, salté a un tranvía en raudo movimiento; y me quedé mirándote un momento y sonriendo con el alma entera, y aún más te sonreí…Y en el tranvía a un ansioso, sarcástico y curioso, que nos miró a los dos con ironía, le dije poniéndome dichoso: “Perdóneme, Señor esta alegría.” autor: Amado Nervo
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