¿Por qué poseemos sentido estético? ¿Por qué las preferencias de lo bello varían tanto de una a otra persona? ¿Por qué encontramos sublimes tantas tragedias literarias? ¿Por qué…? Siguen muchas preguntas. No hay explicaciones satisfactorias de la ciencia, y quizás nunca las habrá. En algún momento pensé que, habiendo ya tantos interrogantes abiertos, no habría espacio para nuevos porqués en esta área. Estaba equivocado.
Las conclusiones recientes de un metaanálisis (la revisión de muchos estudios sobre un tema) de dos universidades australianas abren incógnitas adicionales alrededor del título de esta nota: ¿por qué los hermosos koalas y los agraciados canguros reciben mucha más atención del mundo académico que los roedores desagradables y los murciélagos repulsivos? Para esta paradoja tampoco aparecen respuestas satisfactorias.
Comencemos por lo que ya sabíamos y para lo cual, no obstante lo extraño, podríamos imaginarnos explicaciones: a los feos, hablo ahora de los humanos, nos discriminan salarialmente. Según el economista Daniel Hamersmesh, “los feos ganan menos que los promedios, y los promedios, a su vez, ganan menos que las bellas y los bien plantados”. Pero… ¿parcializarnos en contra de los mamíferos ‘estéticamente menos privilegiados’? ¡Inconcebible! Pero así es.
Según los evolucionistas, es probable que en la atracción sexual, la que dispara los instintos reproductores, se hallen las raíces del hechizo humano por la belleza. Los factores que de alguna forma favorecieron la supervivencia de nuestros antepasados remotos bien pudieron haber dado lugar a las primeras predilecciones estéticas.
Aunque ellos poco pensaban, solo actuaban, ¿qué atributos buscarían, milenios atrás, nuestros retro-retro-retro tatarabuelos en las potenciales madres de sus hijos? Signos de salud, dicen los expertos: simetría facial, piel sin manchas, ausencia de deformidades, calidad de dentadura… Además de la ‘reproducibilidad’ que garantizaba la juventud, las hembras mejor cotizadas deberían poseer caderas anchas, pues la grasa allí depositada sería la reserva de calorías que el embarazo demandaría.
Ellas, nuestras tátaras-tátaras-tátaras, cuando tuvieron opción, también debieron preferir varones altos, fuertes y simétricos, 'cristianos ronaldos' peludos, que en la amenazadora antigüedad las defenderían, al igual que a sus críos, tanto de los predadores hambrientos como de las tribus vecinas enemigas. Los genes de los caballeros fuertes y de las damas caderonas predominarían… Y de allí podrían provenir, con incontables ajustes, los imprecisos criterios de lo hermoso. Centenares de milenios después, los primeros artistas plasmarían en pinturas y esculturas las muestras iniciales de tales preferencias.
Estos razonamientos tienen algún sentido, pero, ¿de dónde proviene la discriminación en contra de los animalitos feos? Resumamos el estudio de tan frustrante hallazgo: según la revista ‘Scientific American’, un grupo de investigadores de las universidades australianas de Murdoch y Curtin revisó más de catorce mil libros, artículos y estudios alrededor de 331 especies mamíferas del continente australiano y encontró un sesgo abrumador en contra de los animales grotescos o repulsivos. Mientras que el 73 por ciento de las referencias cubrió koalas, canguros y otros marsupiales, tan solo el 11 por ciento dedicó atención a los roedores y a los murciélagos, especies estas que conformaron casi la mitad (45 por ciento) de la muestra total estudiada.
“Muchas especies nativas de Australia, de importancia para los esfuerzos conservacionistas, han atraído mínimo interés y muy pocos fondos para la investigación”, dice Patricia A. Fleming, una de las líderes del estudio mencionado. Teniendo en cuenta que, a manera de ejemplo, los murciélagos ayudan a controlar insectos que transmiten infecciones y devastan cosechas, la doctora Fleming, considera que “algunas de las especies ignoradas bien pueden ser las más necesitadas de intensa investigación científica”. Antes del estudio australiano, nadie pensó que la belleza sesgara tanto al mundo académico, hasta el punto de dejar de lado las investigaciones alrededor de los animalillos feos. ¡Ojalá esto cambie!
Los misterios nos ponen filosóficos y nos alegran la existencia. “¡Qué monótona y tediosa sería la vida sin misterios!”, diagnostica un sabio persa del siglo XI en ‘El médico’, la excelente película alemana. En verdad, los secretos de la belleza nos hacen ver aún más hermosos los objetos de nuestro asombro. Pero los hallazgos de los investigadores australianos con respecto a la discriminación de la fealdad son… fascinantemente incomprensibles.
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