El tiempo existe entonces porque en la Tierra apareció una especie capaz de sacarlo de la consciencia que se lo había inventado, medirlo de alguna forma, llevar registros de eventos y sentarse, unos cuantos miembros selectos del gran grupo, a escribir historias. El reconocimiento de que el tiempo es preocupación exclusiva de los humanos no nos resuelve todo el problema, pues aún queda oscura otra gran incógnita: ¿por qué algunos días nos parecen más cortos que otros? ¿Por qué, con el correr de los años, sentimos como si el tiempo estuviera pasando más rápido?
Aquí también, cero respuestas. Me gusta la teoría de Joe Browne, un gran amigo de mi época con la Exxon. Según Joe, los minutos nos pasan más lentamente –el tiempo va más despacio– cuando estamos explorando lo desconocido, conociendo espacios diferentes y aprendiendo cosas nuevas. Por ejemplo, mientras buscamos una dirección en algún sector extraño, estamos atentos a todas las señales de tráfico y a todos los cruces, y verificamos nombres y números en todas partes. Media hora se nos convierte en una eternidad. La segunda vez que hacemos el mismo recorrido, llegamos dizque más rápido; y de la quinta ocasión en adelante, cuando ya conducimos en automático, el tiempo parece haberse esfumado.
De igual forma, cuando éramos niños, casi todo lo que nos ocurría era novedad y fuente de aprendizaje. La espera de la llegada del Niño Dios o de Santa Claus en las semanas anteriores a la navidad parecían largos meses. Con el correr de los años y la ‘normalización’ de cada rutina, todo se aceleró. Ya viejos, el año que pasa es uno menos de vida... Y, además, los pocos que nos quedan van a transcurrir más rápido. ¡Qué tragedia!
Las explicaciones como la de Joe son interesantes, pero no logramos convertirlas en cifras. ¿Cómo se miden las horas psicológicas? Los días fugaces siguen manteniendo
las mismas veinticuatro de siempre, de sesenta minutos cada una. Pongámosle humor al enredo con un viejo chiste que resulta apropiado. Nuestra vida, dice el apunte, es como un rollo de papel higiénico. ¡Disculpen la metáfora! Mientras más nos aproximamos a su final, más rápido se va... Y cuando está por terminarse, nos quedamos con solo un trocito que ya para nada es útil.
¿Se rieron? Retornemos a la seriedad. ¿Habrá algo más serio que la temporalidad de nuestra existencia? Lastimosamente, los científicos modernos complican, en vez de ayudar. Hace tres siglos, el tema para Newton resultaba elemental: el espacio tenía tres dimensiones –largo, ancho y alto–, y el tiempo era lo que tardaba cualquier objeto para moverse entre dos puntos. Pero a Einstein se le ocurrió inventarse el espacio-tiempo curvo, un solo continuo donde los dos conceptos y las cuatro dimensiones están inseparablemente ligados. ¡Imagínense el enredo! Sí, repito, imagínenselo, porque entenderlo es complicado.
“Si en alguna cosa están de acuerdo los científicos es en que nadie sabe lo suficiente acerca del tiempo”, sostiene el escritor norteamericano Alan Burdick, quien ha escrito todo un libro sobre por qué el tiempo vuela. Poco ayuda la explicación de que tan extraña variable sea una creación de la consciencia; a esta la entendemos aún menos.
Aleluya, los poetas salen a auxiliarnos. “El tiempo no está fuera de nosotros, ni es algo que pasa frente a nuestros ojos como las manecillas del reloj”, escribió el autor mexicano Octavio Paz, premio nobel de literatura en 1990. Y agrega con inspiración maravillosa: “El tiempo somos nosotros, y no son los años los que pasan sino nosotros los que pasamos”. Así de sencillo.
GUSTAVO ESTRADA
Autor de ‘Hacia el Buda desde Occidente’
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MACHI V