¿ES NUESTRA VIDA UN PROYECTO?
Proyecto de vida, expresión esta de uso común en los territorios del crecimiento personal, es un plan de lo que nos gustaría hacer con nuestra existencia; en tal plan se especula en temas como visión, opciones, metas, logros y realización individual. ¿Es nuestro devenir, en verdad, un ‘proyecto’ con una misión específica que ha de transformarnos en algo mejor? ¿No sería preferible utilizar ‘proceso’, palabra esta definida en el diccionario de la Academia como “el conjunto de las fases sucesivas de un fenómeno natural”? Repasemos ambos vocablos en mayor detalle. Un proyecto, con un comienzo y un final claros, es una serie de actividades orientadas al cumplimiento de un objetivo específico y cuyo desarrollo puede tomar desde unos pocos meses hasta algunos años. Un proceso, en cambio, es la repetición continua de diversas tareas, por años o décadas, que producen resultados similares. Al concluir un proyecto (por ejemplo, el montaje de una fábrica), comienza un proceso (la operación de la fábrica). Un proyecto modifica las condiciones existentes en un momento dado -cambia el statu quo- y se juzga como exitoso cuando conduce a los resultados esperados, se completa a tiempo y su costo total está dentro del presupuesto asignado. Un proceso, por otra parte, mantiene el statu quo, no busca cambiar nada y se considera satisfactorio cuando funciona bien. ¿De dónde surge la asimilación de la vida humana a un proyecto? La satisfacción del logro de objetivos puntuales importantes -un grado universitario, un mejor empleo, una conquista romántica, un triunfo sobresaliente- genera la idea de que muchas victorias en conjunto conformarían un gran proyecto de vida que, si se dan, generarían razones suficientes para vivir. No existe, sin embargo, esa gran misión personal, agrupadora de todas nuestras metas parciales.
La forma como se desenvuelve nuestra parábola vital -niñez, adolescencia, juventud, madurez, senectud- conlleva una amplia variedad de intereses, complementarios unos, contrapuestos otros, que difícilmente pueden aglutinarse como un solo proyecto. Un proyecto de vida, sobre todo si los objetivos detallados nos los imponen los medios y el entorno, nos empujaría para que fuéramos algo distinto de la naturaleza misma de nuestro ser esencial. Comparar la vida con un proceso tiene más sentido. El resultado de tal proceso es la calidad misma de nuestra vida, su equilibrio, su ecuanimidad. Si nuestro proceso funciona bien, no habrá ansiedad ni estrés; no habrá sufrimiento emocional, diría el Buda. De la misma forma que en una fábrica eficientemente operada se rechaza la materia prima de mala calidad, nosotros también debemos evitar en nuestra vida tanto los suministros nocivos que nos deterioran el cuerpo como los deseos desordenados y las aversiones -los suministros intangibles dañinos- que nos perjudican la mente. ¿Cuál es el producto permanente de este proceso? La armonía interior.
Como las máquinas viejas que continúan funcionando, a pesar de su antigüedad, gracias al mantenimiento apropiado, los seres humanos podemos seguir operando ‘nuestro proceso de vida’ en equilibrio con las circunstancias adversas. La misma armonía interior, resultante del proceso de vivir bien, nos permitirá reconocer nuestra temporalidad y no tendremos afanes ni frustraciones cuando el árbitro se aliste para pitar el final del partido. No ocurriría lo mismo si funcionáramos como un proyecto, a cuyo término podríamos llegar con logros pendientes. En los minutos finales, necesitaríamos oportunidades adicionales para cuadres de cuentas de última hora. Pero no tendremos tiempo para ajustes de utilidades, porque para entonces el contador (el individuo) y las cuentas (sus actos) serán ya parte de la historia. Tampoco habrá reencarnación inmediata ni resurrección posterior para purgar los errores cometidos o recibir premios de buena conducta en paraísos celestiales. La existencia como proceso es vivir desde nuestro ser interior, siempre atentos, como una fábrica que en todo momento entrega su producido con calidad total. Aquellos que hayan vivido angustiosamente, persiguiendo algo distinto de lo que ya son o tienen, víctimas de sus deseos desordenados, sus apegos, sus aversiones o sus odios, habrán desperdiciado esta, su extraordinaria, exclusiva e irrepetible oportunidad existencial.
Gustavo Estrada Autor de ‘Hacia el Buda desde occidente’
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