No hay lugar como el lecho para hablarnos,
cuando el sexo se aquieta.
Sólo cuatro paredes, todo un mundo.
¿Quién necesita más? Tanta belleza
en los desnudos blandos, adosados,
apagado el fervor de la refriega.
Pocas palabras antes.
Muchas menos durante. Es la postguerra,
con su dorada calma de armisticio,
que desata las lenguas.
A tal galantería te reclamo,
sin exclusión de tacto. Son las yemas,
trazando carismáticos senderos
sobre la piel en calma, que se expresan.
Dormido el arrebato,
la mente se despierta.
Tiempo del otro amor, del que se filtra
fluyendo en confidencias.
Tengo horas para ti, vidas tenemos
sobresaltándose en sus madrigueras,
pugnando por salir, con la blancura
de la autenticidad, de la inocencia.
El deseo es el lobo
que repentinamente nos asedia,
amordaza la mente,
y exige su tributo. Las ideas
permanecen estáticas, perdidas,
por un tiempo, en la niebla.
Ahora, que al lobo lo domina el sueño,
conversemos, amor. Revolotean
en torno a nuestro lecho
preguntas y respuestas
que nunca antes tuvieron la osadía
de abandonar sus cuevas.
En este lecho del amor ferviente,
se proclama la tregua,
y estandartes de paz van tremolando
candor y transparencia.
Háblame, hablemos. La quietud del lecho
nos desnuda por dentro y nos enreda
más que la furia del amor nos hizo
vincularnos por fuera.
Los Angeles, 23 septiembre de 2012
COMPARTIDO CON MUCHO AMOR,
MACHI V