GENES Y METAFISICA
Gustavo Estrada
Considerando los portentosos avances de las ciencias y el acceso ilimitado que ahora tenemos al conocimiento y a la información, la humanidad debería estar alejándose de la metafísica y de las creencias asociadas a ella, ¿verdad? Pues no es así. La adhesión incondicional a las religiones organizadas y la aceptación incuestionable de fenómenos parapsíquicos permanecen constantes, cuando no en alza.
¿Por qué ocurre esto? Porque la predisposición a lo metafísico parece estar 'programada' en nuestros genes. La evolución nos creó primero el sentido de identidad y luego dos extrapolaciones ilusorias provenientes de allí –la dualidad cuerpo-alma y la asignación de 'espíritus' a otros fenómenos 'corrientes'–.
El sentido de identidad es la convicción de un 'yo' que nos traza límites y nos diferencia de los demás. El surgimiento de una consciencia de identidad que quiere perdurar y multiplicarse, según el neurocientífico portugués Antonio Damasio, es la recompensa de la evolución a la 'memorización' genética de los eventos que favorecieron la supervivencia de nuestros primitivos antecesores.
La percepción de esta identidad es tan sólida que nuestros antepasados, no logrando imaginar su origen, la transformaron en un ente paralelo aparte que no fuera endeble ni temporal como el cuerpo físico. El alma es el invento de un camino hacia la eternidad y una manera de eludir ilusoriamente nuestra desaparición terrenal, escondiendo así nuestra transitoriedad debajo del tapete.
Inventada el alma, la adición de otros mitos se volvió un asunto corriente que abrió espacio a dominios paralelos donde cabían deidades, fantasmas y seres mitológicos que interactuaban con los eventos terrenales. De aquí a la asignación de cualidades humanas a los dioses, los otros seres vivos, los fenómenos naturales y las cosas, fue solo un paso. Y, como consecuencia de ello, surgieron espontáneamente espíritus benignos y espectros malignos, encantamientos y posesiones, piedras que conversan y árboles que asustan, alineaciones planetarias favorables y desarreglos astrales peligrosos…
La selección natural se encargó de hacer perdurables los ajustes genéticos que favorecieron la supervivencia humana. El sentido de identidad parece corresponder a mutaciones genéticas durante la evolución en alguna parte de la pequeña fracción de nuestro ADN que es diferente en el ADN de los chimpancés.
Las evaluaciones de muchos fósiles bastante antiguos y de unas cuantas pinturas en rocas, más recientes, insinúan creencias en la vida después de la muerte, tanto del 'Homo sapiens' primitivo como de nuestro pariente el 'Homo neanderthalensis', muchos milenios antes del desarrollo de la escritura.
¿Qué nos hace pensar que la creencia en espíritus es congénita? Según experimentos del psicólogo Paul Bloom de la Universidad Yale, el dualismo cuerpo-alma se manifiesta en niños desde edades tan tempranas como los dos años. En los ensayos muchos niños afirmaron que los espíritus tienen identidad propia y pueden trasladarse de un cuerpo a otro.
Los genes influyen en nuestro comportamiento a través de las mutaciones genéticas que son definitivas y de las expresiones de los mismos genes que son 'semipermanentes". La epigenética es el estudio de las características fisiológicas y celulares que se originan en alteraciones estables y duraderas del potencial de expresión de una célula (sin que ocurran en ella mutaciones de la secuencia del ADN). La expresión de un gen es su nivel de actividad, algo así como el volumen de un radio que, aunque variable, puede ser 'cero' estando el equipo encendido. Una mutación es un cambio definitivo de emisora.
Las características epigenéticas pueden ser hereditarias. La creencia en espíritus, propios y ajenos, es probablemente el resultado de cambios de 'volumen' en algunos genes: A medida que el 'volumen' sube, la predisposición a la creencia aumenta; los incrédulos ecuánimes lo mantienen en cero. El nivel heredable de la expresión del gen es el del progenitor o la progenitora en el momento de la concepción.
Así las cosas, mediando influencias genéticas y epigenéticas, la secularización en la humanidad está siendo mucho más lenta de lo pronosticado por muchos sociólogos. Las adhesiones a dogmas religiosos y creencias mágicas, consideradas originalmente como evoluciones culturales, parecen más bien ser el resultado de expresiones genéticas (en genes aún no identificados) que se manifiestan como predisposiciones a tales adhesiones. Las religiones organizadas permanecerán pues por centurias y el ocultismo, practicado más por los creyentes que por los incrédulos, como era de esperarse, no se quedará atrás. "La mente humana evolucionó para creer en dioses, no para creer en la biología", dice el naturalista norteamericano Edward Wilson.