de nuestro susto en tantos cementerios.
Hallar morada en boca de aquel lobo,
que aquella nana de imposibles cuentos,
para dormir, a veces, nos contaba.
Las flores de los vivos y los muertos
en mis costillas crecen. Al rugir
el árbol del adiós, con sus pañuelos,
el último paseo me propongo.
Yo sudo. Llena estoy de rojo duelo.
La luz del pueblo apaga los crepúsculos
y por sus puertas entra el universo.