Bajo las alas rosa de este laurel florido, amémonos. El viejo y eterno lampadario de la luna ha encendido su fulgor milenario y este rincón de hierba tiene calor de nido.
Amémonos. Acaso haya un fauno escondido junto al tronco del dulce laurel hospitalario y llore al encontrarse sin amor, solitario, mirando nuestro idilio frente al prado dormido.
Amémonos. La noche clara, aromosa y mística tiene no sé qué suave dulzura cabalística. Somos grandes y solos sobre el haz de los campos
y se aman las luciérnagas entre nuestros cabellos, con estremecimientos breves como destellos de vagas esmeraldas y extraños crisolampos.