LLAMARADA
El sabor amargo que dejaste en mi espíritu el día de tu partida pervive en mi alma como un volcán a punto de estallar. Sola en un triste cementerio quedó sumida mi razón, anclada en las profundidades del pozo sediento en el que se sumergió.
Te amaba con todas las fuerzas de un corazón entregado que confía plenamente en su dueño y señor. Mis sueños se habían convertido en realidad al adorarte, mi amado tesoro, al saborear el fuego ardiente de tu pasión.
Te sabía mío, confiaba en ti, eras mi vida y yo la tuya. El amor había esclavizado mis sentidos, encadenados a tus deseos. Mi libertad eras tú y sólo contigo podía cruzar arrebolada el camino de la vida.
No discerní el poder que ella ejercía sobre tu ego, la seguridad que emanaba de su mirada al posarse posesiva sobre la tuya. No comprendí que había dejado de ser tu dueña, si es que alguna vez lo había sido.
Estatua silente y sin fuerzas contemplé tu partida. Mis labios sellados no se abrieron para luchar por tu amor, aunque la hoguera del deseo devorara mis entrañas.
Tinta de sangre se volvió la luna enfurecida por mi fingida indiferencia, pero yo te dejé marchar vacía y sin esperanzas, te dejé partir en busca de su amor. Y quedé sumida en el pozo del recuerdo.
Llamaradas de pasión arden en mis entrañas. Ese volcán en el que nos quemábamos tú y yo sigue en erupción, consumiéndome hasta que sólo resten de mí las cenizas, el último recuerdo de tu adiós que nunca será el mío.
Maria Martínez