Gertrude Stein y su hermana eran todavía unas niñas cuando iban en un tren desde Pensilvania a California y durante el trayecto se asomaron a la ventanilla. En ese momento sucedió un percance y su padre pulsó repetidamente el timbre de la alarma hasta lograr que el convoy se detuviera. Los pasajeros creyeron que había pasado algo muy grave. Todo lo que había sucedido era que a una de sus hijas se le había volado el sombrero. El hombre se apeó y después de caminar media milla lo encontró en un campo de girasoles. La niña recuperó el sombrero, se lo encasquetó en la cabeza y resuelto el problema el tren reemprendió la marcha. Sucesos como éste hicieron que la autoestima de Gertrude Stein tuviera una base muy sólida desde su más tierna niñez.
Eran muchos los que estaban dispuestos a recoger su sombrero, aunque algunas veces se comportaba con ellos como una clueca amorosa
Habría que preguntarse si uno escribiría ahora sobre la vida de esta mujer si no la hubiera inmortalizado Picasso en un retrato famoso con la mandíbula afilada, precubista, que distaba mucho de parecerse a la realidad, porque Gertrude Stein era entonces una joven de cuerpo macizo, de rostro ancho y de mejillas redondas. "No me parezco en nada", exclamó la modelo. "Tranquila, con el tiempo te acabarás pareciendo", contestó Picasso. Esta frase ha pasado a la historia, aunque realmente lo que el pintor le dijo fue que en adelante era ella la que tenía el deber de parecerse al retrato. Gertrude
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