LA MÁLAGA QUE VIO VELÁZQUEZ
En la Málaga de 1648 aún rompen las
olas del mar en la escarpa de la Torre Gorda, donde se podía pescar con
caña, mientras los bueyes de la Puerta de los Gigantes sacaban los
barcos del agua. Málaga era una ciudad fortificada que defendía su
litoral de las escuadras extranjeras y de los corsarios berberiscos; es
por ello que el consejero de guerra D. Pedro Pacheco mandó en 1621
demoler los edificios extramuros de la ciudad.
Con dicha
estrategia, se derribó una ermita construida por los religiosos mínimos
del Convento de la Victoria entre la Puerta del Mar y la del Baluarte,
en cuya torre mirador ardía una lámpara que, a modo de faro, guiaba a
los marineros. A la vez que se deshacían las barreras defensivas, se
construían grandes fosos y trincheras; a esta empresa acudió el obispo
D. Luis rerrarcez de Córdoba, quien erigió un baluarte delante del
Castillo de los Genoveses, de ahí que esta obra tomase el nombre de
Torreón del Obispo.
Además de la invasión de piratas, también
sufría la ciudad las embestidas del mar. En 1636 el temporal arreció con
tal furia que el agua y la arena inundaron la calle Nueva y la de San
Juan, destruyendo a su paso las casas de la Isla de Riarán. En la
siguiente década, los vecinos de Puerta del Mar se vieron nuevamente
conmocionados por el desastre, esta vez a raiz de un incendio que, el 9
de mayo de 1644, hizo pasto de las llamas la calle de la Obra Gruesa,
que luego y a causa de esta calamidad se conocería como la calle de
Casas Quemadas.
Mas no todo fueron desgracias, pues la fortuna y el
tesón del gobernador Martín de Arrese hicieron posible la
reconstrucción de la Puerta del Mar, a la cual se dio todo el ensanche
que permitían las torres que la flanqueaban, colocándose en ella unas
fastuosas puertas chapadas en bronce y, para culminar el embellecimiento
del lugar, se coronó aquel cuerpo de muralla con las esculturas en
mármol de los patronos de la ciudad san Ciriaco y santa Paula.
Durante estos calamitosos aires se encontraba en la villa el pintor
barroco Juan Niño de Guevara. el cual resultó contagiado de la peste
bubónica que, procedente de África, desembarcó en Valencia y llegó a
esta plaza el año 1648. La epidemia causó gran desolación entre la
población, tanto que, según Guillén Robles, "Málaga presentaba un
aterrador aspecto; espesa niebla la envolvía como fúnebre sudario; cuasi
todas las casas estaban cerradas y en todas partes se presenciaban
escenas horriblemente trágicas". en 1649 se encontraba milagrósamente la
efigie del Santo cristo de la Salud , y desde entonces la epidemia de
Peste bubónica, decreció con rapidez , por ello lo nombraron Patrón del
consistorio de la ciudad.
En 1648, el rey Felipe IV ordena a su
pintor favorito y Ayuda de Cámara, Diego Velázquez, que viaje a Italia
con el objetivo de adquirir pinturas originales de artistas italianos
-considerados en aquella época como los más importantes del mundo- y de
comprar o copiar estatuas antiguas, ya que Felipe IV era un gran
coleccionista de arte. Además, el rey le nombra embajador extraordinario
ante el papa Inocencio X, del que Velázquez hará en Roma un retrato
impresionante.
Velázquez sale de Madrid a finales de noviembre de
1648 con destino a Málaga, desde cuyo puerto deberá embarcar con rumbo a
Italia. Antes de llegar a Málaga, Velázquez y sus acompañantes se
detienen en Granada, donde, según algunos, dibuja su catedral.
Llega, finalmente, a nuestra ciudad en diciembre y aquí permanecerá
hasta el 21 de enero de 1649, fecha en que Velázquez embarca en una de
las naves del Duque de Maqueda y Nájera, quien viaja también a Italia
con la misión de recoger a Doña Mariana de Austria, reina de España y
segunda esposa de Felipe IV.
Me pregunto si fue esta la Málaga
que vio Diego de Velázquez cuando llegó a la ciudad, camino de Italia.
El ilustre pintor viajaba, por orden de Felipe IV, con la embajada del
duque de Maqueda, como funcionario real para comprar y copiar pinturas
antiguas. No obstante, si consideramos la Real Cédula del 12 de abril de
1649, hemos de entender que la enfermedad abandonó la capital antes de
entrar en ella nuestro insigne viajero.
El Ayuntamiento de
Málaga, el dia 1 de diciembre de 1648, dispuso que la comitiva real
fuese recibida con maceros y chirimías en las afueras de la ciudad y
que, a su entrada, toda la artillería de sus fortalezas y navíos
anclados en la bahía hiciesen salvas. Aquella noche el regocijo fue de
obligado cumplimiento; se pusieron hachas y luminarias en las casas del
Ayuntamiento y la compañía militar de la plaza -además de ocho pajes con
hachas blancas- acompañó al duque y demás señores en su recorrido,
quedándose luego una guardia en las casas que fueron posada del
agasajado aristócrata (todo el recibimiento fue a cargo de la renta de
correduría de pasa y vino de dicho año). Después del necesario descanso,
habiendo resuelto los preparativos de la travesía, se hicieron a la mar
el noble y su séquito el 21 de enero de 1649 rumbo a Génova, al
encuentro de la futura reina de España Doña Mariana de Austria, quien
aguardaba en Trento. Tras su partida, el cabildo catedralicio acordó que
el 24 de enero se oficiase misa en la catedral y se hiciese procesión
desde el templo hasta el Convento de la Victoria, para pedir a "Dios
nuestro Señor traiga con salud y prosperidad a estos Reinos a la Reina",
por quien partía el duque.
En 1649, Velázquez viaja pues a
Italia por segunda vez, ahora con la misión de adquirir para la
colección real un buen número de obras de arte. La admiración que su
pintura causará entre el entendido público italiano será extraordinaria.
Tal es su fama que el papa Inocencio X le reclama para que ejecute su retrato.
El resultado es un cuadro de maravillosa factura, considerado como uno
de los mejores retratos de la historia. otras dos obras maestras salen
de su pincel: el retrato de su ayudante Juan de Pareja y la famosa
"Venus del Espejo". Regresa a Madrid en 1651. Felipe IV le nombra
Aposentador Real y, aunque su ritmo como pintor se ralentiza, van
surgiendo, uno tras otro, cuadros de increíble calidad: "Las Meninas",
para muchos criticas y pintores, el mejor cuadro de todos los tiempos;
"La fábula de Aracne", también conocido como "Las hilanderas", o, el año
anterior a su muerte, "Mercurio y Argos" y el retrato del príncipe
Felipe Próspero. Tras una breve enfermedad, muere en el verano de 1660,
dejando tras de sí una obra de insólita belleza y plena autenticidad
humana.